JOSÉ LUIS CÁMARA | Santa Cruz de Tenerife
Lo que para la mayoría solo supone un elemento más del mobiliario cotidiano, para otros es un auténtico tesoro, un bien tan preciado por el que hay pagar diariamente. Es el caso de las denominadas camas calientes, lechos en los que cohabitan distintas personas a lo largo de una jornada.
Y es que el alto precio de los pisos, las mafias y la situación ilegal de miles de inmigrantes ha provocado que en muchas zonas de Canarias proliferen los alquileres de habitaciones en casas compartidas y los jergones utilizados por distintas personas. Esta aberrante situación, similar a la que hace unos años se daba en las Islas con los llamados pisos-patera, se ha vuelto ahora casi exclusiva de la comunidad asiática del Archipiélago.
No en vano, según denuncian entidades como SOS Racismo, Cruz Roja y Médicos del Mundo, cientos de inmigrantes chinos, malayos, birmanos, tailandeses y vietnamitas son obligados a compartir minúsculos habitáculos en algunas zonas de la capital tinerfeña y el Sur, donde trabajan en maratonianas jornadas sin apenas descanso.
Según explican a este periódico desde la Brigada de Extranjería del Cuerpo Nacional de Policía, “en apenas medio centenar de metros cuadrados pueden llegar a convivir más de 15 personas”. “En la mayoría de los casos son ciudadanos en situación ilegal quienes se alojan en este tipo de viviendas, arrendadas por compatriotas más pudientes o por redes mafiosas”, recalcan las mismas fuentes.
Los afectados suelen decantarse por esta opción al no encontrar nadie que les alquile un piso, dada su condición de sin papeles.
“Nadie les quiere arrendar una vivienda de su propiedad”, recalcan en Cruz Roja, quienes reconocen que “suelen ser compatriotas suyos quienes le otorgan dos opciones: vivir en un piso-patera, donde una familia alquila una habitación y comparte el resto del inmueble con otros grupos de personas, o en camas calientes, donde cada lecho se alquila por horas, generalmente ocho y casi siempre a ciudadanos de origen asiático”.
Asociaciones como SOS Racismo han denunciado en numerosas ocasiones que en su sede se acumulan las quejas de personas que se ven abocadas a compartir estas camas calientes, al habérsele rechazado el alquiler de una vivienda por ser inmigrantes. “Como somos pequeños dormimos a lo ancho de la cama. El primero que vuelve de trabajar utiliza la cocina y los niños van al baño de un bar”, confiesa una inmigrante de origen malayo en el último informe publicado por la organización no gubernamental.
Las citadas camas calientes suelen funcionar de dos formas. Por orden del arrendador (estancia máxima, ocho horas) o por pura convivencia. Muchas de las personas que comparten una habitación en estos pisos-patera apenas se ven, porque sus turnos de trabajo no coinciden. Legal o ilegalmente, casi todos trabajan en sesiones repartidas a lo largo de las 24 horas del día.
Los precios no son baratos. Una cama caliente suele costar como mínimo 150 euros y los pisos patera, entre 200 y 350 euros al mes.