F. CHAVANEL
En los inicios de la legislatura de 2003-2007, con Adán Martín de
presidente, y Mauricio de vicepresidente y consejero de Economía de
Hacienda, en aquel pacto territorial de CC con el PP, donde Soria desde
la capitanía general del Cabildo de Gran Canaria tenía una directa
influencia en aquel gabinete, ambos, los dos líderes grancanarios,
pactaron el desarrollo de unos cuantos sectores estratégicos entre los
que figuraban la implantación del gas en las dos islas mayores, y una
Gran Marina para Las Palmas capital que cambiaría por completo el
horizonte de su costa. En este último asunto Mauricio y Soria pensaban
en implantar un modelo similar al de Singapur. Gente viajada.
La implantación no implantada del gas ya ha gastado al erario cincuenta
millones de euros. De momento para nada. Nadie sabe si al final
Granadilla recibirá el permiso de Bruselas, judicializada como está la
iniciativa tanto en los juzgados de Tenerife como en la UE. Se supone de
que los dos problemas éste es el fácil. Sin embargo ya vamos por el año
diez y todavía no hay puerto en medio de aquel territorio dominado por
una fuerte ventolera. En Gran Canaria la situación aún es peor. La
presencia colosal de Antonio Morales impide cualquier maniobra, entre
otras razones porque la ley le da la razón en cuanto a la ubicación de
la planta, la cual debe estar situada a varios kilómetros de colmenas
habitadas por humanos. Para arreglarlo habría que consumar un pacto, un
consenso, algo parecido a un acuerdo, esa ignota y difícil asignatura en
la que nuestra clase política se muestra lega y bárbara para desgracia
de los contribuyentes.
Mauricio eligió con su dedo a los «doce apóstoles», los doce
empresarios, seis por cada isla mayor, que recibirían el consabido
crédito bancario a bajo interés, para afrontar la construcción de dos
moles por doscientos millones de euros la totalidad. Las empresas se
pondrían de acuerdo en cuanto a la manera de transportar el gas, en la
construcción de las plantas, en todos los negocios de arriendo y
subarriendo que vertebrarían la espina dorsal del invento. Los
empresarios que no fueron elegidos por la parte grancanaria hicieron lo
siguiente: una vez reconocido que era un excelente negocio se dedicaron a
boicotearlo; estudiaron sus fisuras y estimularon una oposición precisa
y con dientes largos hasta que consiguieron que encallara. Era una
tontería, lo más simple del mundo, estaba hecho y cerrado, Madrid
apoyando y ayudando, los bancos esperando con el dinero escuchando la
conversación, y todo se fue por la borda porque el inteligentísimo
Mauricio se olvidó repartir la tarta.
En Tenerife pasó algo similar. Un empresario, uno de los doce apóstoles
me lo contó hace poco. Mauricio convocó una reunión para los veinte
primeros del PIB de la provincia oriental. Ahí fue bastante más
democrático. Les explicó el milagro. Lo de la conferencia de Kyoto, que
dependíamos demasiado del petróleo, que había que bajar la tarifa
eléctrica, que él hablaba por CC, por el Gobierno de España y, por
supuesto, por el PP, que su amistad con Soria era profunda y
extraordinaria, y se repartían los papeles según la estrategia. Cuando
les habló del dinero en juego, cómo conseguirlo, como pagarlo con los
mismos beneficios que la vaca lechera daba sobre la marcha, y cómo sacar
beneficio, los ojos se les salían de las órbitas. Entonces el genio
patinó: «Los empresarios adecuados para esta operación son éste, éste y
éste», y mencionó a los seis apóstoles de Tenerife. Acabo la reunión y, a
continuación, reunión de pastores. El empresario al que cito me dijo:
«Me marchaba contento –había sido elegido por Mauricio- cuando al coger
el coche reparo que por allí andaban unos ocho o nueve reunidos,
hablando de lo sucedido. Yo me dije para mí: esto no sale; y así fue:
«No salió».
Este es el caso: una brillante idea, necesaria, clave, destrozada y
decapitada porque se lleva en secreto, en el ambiente tétrico de las
conspiraciones, porque no se comparte con la sociedad, porque desde el
poder se elige al amigo y al enemigo… A los dos: al amigo que está
contigo, y al enemigo que te hará descarrilar.