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Jóvenes magrebíes en el CIE de Barranco Seco, en Las Palmas de Gran canaria con Antonio Viera. Enero de 2020 |
¿Cuál es la situación?
En julio o agosto se cerró la ruta del Mediterráneo y se abrió la del Atlántico, que es una de las más peligrosas que existen. Las Administraciones no han previsto tener lugares de acogida para las personas que están llegando. Llevamos 26 años con este fenómeno migratorio en Canarias, y en todo este tiempo ninguna Administración ha sido capaz de coordinar un sistema de acogida digno y eficaz, respetuoso con las personas que llegan.
¿Por qué no se ha conseguido?
Porque no interesa, porque la política europea, y ahora vemos que la de España también, siempre ha sido la de cerrar fronteras, poner vallas, levantar muros para evitar que los migrantes puedan llegar. Y esto ocurre porque los que vienen son pobres y negros. Hay personas migrantes que llegan por los aeropuertos y puertos, pero vienen de forma más desapercibida –aunque representan el 90% de las migraciones en España–. La política europea es la de cerrar fronteras y en eso es en lo que se gastan mucho dinero. No ha habido una verdadera preocupación sobre este tema y se limitan a la improvisación, según iban llegando se le iba dando respuesta. Y ahora vemos que no tienen al toro cogido por los cuernos.
No es la primera vez que ocurre en Canarias…
Claro, en 2006 hubo un repunte, fueron unos 30.000.
¿Estamos en una situación de emergencia?
Sí, por supuesto, una emergencia total. Hasta el 10 de noviembre había 2.141 personas (durante el fin de semana han llegado más de 1.200 personas; desde el 15 de octubre han llegado a Canarias algo más de 8.000 personas. Un mes después se ha doblado la cifra y ya son casi 17.000) en el puerto de Arguineguin en unas condiciones… las ratas campando a sus anchas, no hay ninguna medida higiénica porque no es un espacio habilitado, es un muelle. Es un espacio de 400 metros de ancho y no sé cuánto de largo en unas condiciones infrahumanas.
Y esas personas llevan casi dos semanas en esas condiciones…
Sí, hasta que se les haga la PCR y se les derive a algún hotel o un centro de acogida que disponga Cruz Roja, que son los que están gestionando esta primera respuesta.
¿Ha podido acceder al muelle para prestar sus servicios?
No. Solo dejan estar allí a Cruz Roja, y parece que el jueves pudieron acceder algunos abogados, por intervención del juez de vigilancia. Pero el acceso es muy restringido. Nosotros, cuando tenemos contacto con ellos, lo que hacemos es acompañamiento, cercanía, explicarles un poco la situación, los derechos que tienen, protección internacional. Porque ese es uno de los problemas más graves, la falta de asistencia jurídica.
¿Cómo se explica que se queden desprotegidos?
Los abogados de oficio les atienden cuando llegan, no sabemos la información que les dan ni si ellos la entienden del todo, y luego ya no les vuelven a ver. Alguno les da un número de teléfono al que llamar, pero luego no les responden y se desentienden totalmente. Pero eso es lo que ha ocurrido sistemáticamente. Llevamos muchos años pidiendo al Colegio de Abogados que revisen esta realidad, pero no termina de arreglarse.
¿Dónde están derivando a las personas que llegan?
A hoteles. El 10 de noviembre salió el primer vuelo de deportación a Mauritania con 22 personas que estaban en el CIE porque el juez de vigilancia sacó un auto prohibiendo, por las condiciones del edificio donde está el centro, que haya más de 42 personas, porque sería imposible guardar las medidas de seguridad sanitarias por el coronavirus. Ahora mismo el CIE está cerrado porque deportaron a las 22 personas. Pero seguro que lo volverán a llenar.
¿Por qué no se ha trasladado a otras personas en cuanto ha habido sitio?
No lo sabemos. Lo que están haciendo, que fue lo que anunció el ministro Grande-Marlaska cuando dijo que en un par de semanas desalojarían el muelle, es habilitar un poco más abajo del CIE, en una zona militar, unas tiendas de campaña en una zona que es un barrizal si llueve, al lado de una depuradora y con capacidad solo para 200 personas. La verdad es que no entendemos nada. Además, esa instalación va a hacer la función de una comisaría, porque ahí solo van a estar las 72 horas correspondientes y luego no sabemos adónde los van a trasladar.
72 horas es poco tiempo teniendo en cuenta los días que llevan las más de 2.000 personas que están en el muelle en esa misma situación, ¿no?
Exacto.
¿Qué pasó con las otras 20 personas del CIE?
Eran malienses y solicitaron protección internacional y los derivaron al centro de acogida humanitaria de CEAR.
¿Cuál es la labor que realiza usted en el CIE?
Las personas migrantes llegan derrotadas, sin comprender por qué están encerradas en un sistema penitenciario como es el CIE sin haber cometido delito. Lo primero que nos preguntan es por qué están ahí y por qué están encerrados. Les damos apoyo psicosocial, que sientan que no están solos. Tenemos un equipo de voluntarios de la pastoral e intentamos cubrir toda la semana, impartimos clases de español… Este último grupo estaba muy motivado para aprender. Es un acompañamiento de cercanía, de hacerles sentir que no están solos, y de vigilancia en cuanto a la vulneración de derechos para ponerlo en conocimiento de la autoridad competente y así informarles de sus derechos. También tratamos de escuchar su relato. A muchos les cuesta hablar de cómo ha sido la travesía, no se abren hasta que no sienten confianza, hasta que no están seguros con lo que van a compartir.
¿ Cuánto tiempo están en el CIE?
El máximo son 60 día en días, en los que se tiene que resolver el expediente de expulsión, y si no lo resuelven les tienen que poner en la calle. La media está en los treinta y tantos días. Uno de los grupos burbuja que había ahora, porque los separaron también por la COVID-19, estaba por el día 45, les faltaban unas dos semanas para cumplir el plazo y tendrían que haberlos puesto en libertad.
¿Es el grupo que repatriaron?
Sí, es uno de ellos.
¿Cómo era ese grupo que repatriaron?
Había dos chicos de Gambia, uno de Mauritania, uno de Guinea-Bissau y 18 de Senegal. El perfil son jóvenes que en su país tenían un trabajo e iban tirando pero que por la crisis sanitaria unida a la económica se quedaron sin sustento, sin nada. Son economías muy frágiles, en estados que no dan ningún tipo de cobertura social para la población, se quedaron sin trabajo.
¿En sus relatos el motivo es la pandemia?
Sí, sobre todo entre los senegaleses que tienen pequeños trabajos de albañil o taxista, y esta situación les ha hecho tomar esta decisión y acelerar un proceso que seguramente tenían en mente, porque no se puede emigrar de la noche a la mañana, es un viaje que se prepara con tiempo.
¿Qué pensó cuando se enteró de la repatriación?
Nos quedamos desconcertados, no esperábamos que fuera a ser tan inmediata. Tuvimos una sensación de impotencia porque no podíamos comunicárselo, aunque estaba en las redes sociales, pero nosotros, al estar dentro, no podíamos decirles nada por miedo a que nos cierren la puerta del CIE. Lo que hicimos fue hablar con ellos el día anterior…, les fuimos diciendo que podían ocurrir muchas cosas, entre ellas que les deportasen y enviasen de nuevo a sus países, que debían estar preparados. Aquel día les llevamos mochilas para, de forma indirecta, decirles que esto era inminente, y unas tarjetas del Secretariado de Migraciones con un teléfono de contacto y una dirección de correo para que nos llamasen en cualquier momento, cuando nos necesitasen.
¿Se han puesto en contacto desde que les repatriaron?
Sí, el jueves me llevé una gran alegría porque uno me hizo una videollamada, y luego estuvimos wasapeando, otro me escribió al día siguiente. Lo que me cuentan del viaje de retorno es que fue «bien», bueno, ya sabemos cómo es el trato de la Policía mauritana, y que después les pusieron en la frontera con Senegal. La sensación de impotencia hace que emocionalmente sea muy duro porque conoces sus historias, sabes que sus proyectos de vida se han truncado.
Este fin de semana se ha organizado en Las Palmas una caravana para combatir la xenofobia, ¿está aumentando entre la población local?
Estoy viendo en nuestro pueblo cosas que eran impensables, porque los canarios tenemos la experiencia de haber sido un pueblo migrante. No hay familia canaria que no tenga a algún antepasado migrante en Cuba, Venezuela o Argentina, y nunca se nos trató así. Las condiciones en las que llegan son malas, pero luego la acogida, la forma en la que se está haciendo… Hay un repunte y unos brotes de xenofobia porque son negros y pobres, lo que Adela Cortina llama la aporofobia, fobia a los pobres.
¿Qué están haciendo las autoridades locales para controlar esta situación?
No he visto ninguna respuesta. Ha habido ya dos manifestaciones en Arguineguín con un fuerte tinte xenófobo y racista, y nadie ha dicho nada, todo el mundo mirando hacia otra parte. La primera la organizaron los vecinos de la zona del puerto y la segunda la cofradía de pescadores.
Lo que pasa en Canarias es igual que lo que ocurrió en Lesbos y Lampedusa y pasa con Marruecos desde hace años: estos territorios se convierten en una cárcel.
Canarias ya lo es. El proyecto migratorio de los chicos no está en Canarias, no termina aquí. Canarias es un obstáculo. Su proyecto migratorio está en la península o en Europa, la mayoría de ellos tiene familia bien situada en Francia, Alemania, Italia, y es allá adonde quieren llegar. Por eso se tendrían que posibilitar corredores humanitarios seguros, que la gente no tenga que arriesgar su vida. Se calcula que hay un 8% de desaparecidos, que no llegan, de los que nadie habla. El foco lo pone Helena Maleno con el movimiento Caminando Fronteras. Nadie habla de esos desaparecidos que también tienen sus derechos, el derecho de la familia a saber qué ha sido de su hijo, su hermano… Con el cayuco que se quemó saliendo de Senegal en dirección a Canarias con 140 personas, la respuesta de las autoridades ha sido el silencio. No interesan las personas. Los corredores humanitarios seguros serían también un golpe para las mafias, hay que posibilitar visados humanitarios. Y el trabajo en origen del que MUNDO NEGRO sabe mucho, el codesarrollo, la promoción…, y lo primero de todo es dejar de expoliar definitivamente al continente africano, para posibilitar proyectos de desarrollo y que la gente no tenga que emigrar. A nadie le gusta salir de su país para sobrevivir o alcanzar mejores condiciones de vida.
¿Considera que está fallando la sociedad civil al no exigir con contundencia que se trate a estas personas como seres humanos?
Ylva Johansson, comisaria de Interior de la UE, que estuvo con Grande-Marlaska, lo dijo claramente: «Europa va a proteger a los malienses porque tienen el derecho a la protección internacional, pero todo migrante económico será repatriado, expulsado». Es la opción de la política europea. Respecto a la población española, hay que hacer una gran tarea de sensibilización, ir desmarcándonos de los bulos que corren por las redes. Eso es posible cuando se conocen las historias de las personas, cuando se les escucha, cuando hay un contacto directo, y dejan de ser un número o una imagen de un cayuco abarrotado de gente llegando a nuestras costas.
¿Qué ha aprendido del trabajo que hace con las personas migrantes?
Muchísimo. El agradecimiento, porque son personas muy agradecidas, y ese sentido tan comunitario de la cultura africana que contrasta tanto con nuestro individualismo. Es un aprendizaje constante. Hay que contemplar el fenómeno migratorio como una oportunidad para nuestra sociedad, de cambio, de transformación.
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