Aún en nuestra condición de visitante, nos sentimos ante nuestro
público, nuestra afición, pequeños y grandes, hombres y mujeres… Todos
ustedes, en definitiva, espectadores hoy de un partido que no jugamos
contra nadie, que no dura 90 minutos, se los aseguro, y en el que
sustituimos la pelota por la palabra, el instrumento más poderoso con el
que cuenta el ser humano, para contarles lo que significa pertenecer a
la Unión Deportiva Las Palmas, lo que representa vestir unos colores y
defender un escudo con el que han vibrado, sufrido, reído, llorado y
crecido varias generaciones de grancanarios. Ante la Patrona de la
Diócesis de Canarias, en la fachada de esta querida Basílica del Pino,
comparecemos un grupo de hombres que, lejos de pretender ser modelo ni
ejemplo para nadie, sí se empeña en hacer su trabajo de manera honesta,
incidiendo para dicha tarea en una serie de valores y señas de identidad
que han forjado la historia de nuestro club, ni mejor ni peor que
ninguna, pero a la que estamos obligados a responder con seriedad,
trabajo, lealtad, rigor y disciplina
Testigo a aquellos que vendrán detrás de los que hoy tenemos la
fortuna de lucir la camiseta amarilla. Señoras y señores, como jugadores
de fútbol no es nuestra misión esta noche impartir aquí una clase de
historia ni acercarles académicamente a una figura, la de la Virgen del
Pino, ni a unas Fiestas, las que llevan su nombre. Eso ya lo han hecho, y
con nota, los que nos han precedido durante décadas en el alto honor de
pregonar el inicio de lo que hoy aquí nos convoca. Pero sí nos van a
permitir que les traslademos, ante los atentos ojos de Nuestra Señora,
el día a día de un vestuario, de una plantilla que se afana por
superarse, por ser mejor, que entrena duro, que sacrifica años de
juventud, horas de familia, y que conoce a la perfección lo que
significa el nombre, la tradición y la afición de la Unión Deportiva Las
Palmas. Si nos lo permiten, esta es nuestra historia y con ustedes la
queremos compartir. “Ninguno de nosotros es mejor que todos juntos”,
reza la leyenda que cuelga en la última pared que vemos en el túnel de
vestuarios antes de saltar al terreno de juego.
Frase que condensa el espíritu que reina en el quehacer
de un equipo que se precia de serlo. Porque el grupo es lo que nos da
fuerzas, un grupo, cierto es, que se nutre del trabajo generoso de cada
uno de nosotros pero enmarcado siempre en el contexto de una labor de
conjunto, tal y como lo fue también a lo largo de los tiempos la
construcción de esta Basílica del Pino. Sólo el esfuerzo armonioso y
coordinado de una larga lista de retablistas, escultores, mamposteros,
plateros, labrantes, albañiles, carpinteros, herreros, organistas o
pintores bajo la acertada batuta de proyectistas o arquitectos hizo
posible lo que hoy vemos, una obra maestra que luce esplendorosa gracias
a la suma de talentos que nunca perdieron de vista que aportaban su
granito de arena para un bien mayor, que les superaba a cada uno de
ellos pero que, al mismo tiempo, crecía con cada uno de ellos. Se trata
de una filosofía que rechaza la soberbia, que apuesta por la humildad,
que no deja hueco al egoísmo, que busca el inconformismo sólo como
camino de mejora, que no casa con la resignación y que acoge como
acicate unas pequeñas dosis de rebeldía por querer hacerlo cada día mejor… Les aseguro que
no somos santos, y nunca mejor dicho en este entorno. Y no miro para
ninguno de nosotros. Permítannos la broma. Precisamente es ahí, en esos
momentos de ego subido, de una palabra más alta que la otra, cuando el
grupo surge para arropar, cuando la voz atemperada de los veteranos te
aconseja con buen criterio y cuando el espejo te devuelve el mensaje de
que todos podemos hacerlo, de que todos somos capaces. Si por
algo se ha caracterizado el equipo en gran parte de su historia es por
haber puesto toda la carne en el asador de la cantera y hoy, todo este
tiempo después, seguimos haciéndolo. Sin ombliguismo, ni rancio
insularismo, más al contrario, con la puerta siempre abierta a lo que
viene de fuera a enriquecernos y a sumar. Miren a nuestra lista de
jugadores, y técnicos, y entenderán perfectamente a lo que nos
referimos. Es otra seña de nuestra identidad: apostar por lo de aquí
tendiendo una mano a lo de allá. Se trata de un mestizaje que ha gustado
siempre a nuestra afición. Nuestra bendita afición. Qué seríamos sin la
afición de la Unión Deportiva Las Palmas. A ella nos debemos y con
gusto lo hacemos. Si desde esta noche y hasta pasadas las Marías, serán
miles los que se acerquen cada
día hasta la villa mariana por distintas razones, promesas, fe,
diversión, también nosotros tenemos la fortuna de recibir en nuestro
estadio a esos miles de aficionados que jornada a jornada, año tras año,
en días de gloria pero también en partidos para olvidar, no dejan de
animar y jalear al equipo para que no desfallezcamos y sepamos, siempre,
que hay una grada dispuesta a dejarse hasta el
último aliento para
lanzar un grito de apoyo, para esbozar una sonrisa cómplice y para
ondear la bandera del equipo con fuerza hasta el final. Y como hemos
vuelto a ver en la pretemporada, y veremos a lo largo de toda la liga,
esa cercanía no acaba en el Estadio de Gran Canaria sino que viaja con
el equipo allá donde toque jugar. Donde juega la Unión Deportiva allí se
canta el “pío pío” y lo cantan los nuestros. Gracias afición. Tenemos
claro nuestro compromiso con la sociedad grancanaria. Por eso
participamos con sumo placer en actos tan representativos como el de
esta noche, y lo hacemos no sólo por la trascendencia del mismo sino por
acercarnos más a la gente, a los jóvenes, a los niños, a las familias, a
los que más lo necesitan, a los desfavorecidos por constituir este pregón el pitido inicial de un partido, si se me
permite la comparación, muy especial para todos los que vivimos en esta
maravillosa isla de Gran Canaria: la Fiesta del Pino. Porque somos
conscientes, como lo es la Virgen, de que de nada sirve sentirse
intocable, alejado en lo alto del pedestal, si no puedes compartir
momentos especiales con los demás........
Estracto del pregón del Pino 2016