V. LLORCA
El puerto. Al fondo, la Isleta |
El 26 de febrero, en el año 1883 se colocó la primera piedra del Puerto de La Luz, que daría pie al nacimiento del barrio de La Isleta. Hasta entonces allí, más allá de la portada y de los arenales, apenas existían unas pocas chabolas y chozas de pescadores, la ermita de La Luz y el Castillo.
La ingente obra del que sería el motor económico de la isla y que obligaría a la ciudad a abandonar la vida intramuros que hasta entonces llevaba convocó a obreros del interior y de otras islas que vinieron a trabajar en la construcción de los muelles, la carga blanca, las carboneras, los varaderos, el cambullón o la estiba. Y de los apenas cien habitantes que poblaban aquella zona en 1880 se pasó a los 11.000 en 1.900, el 25% del total de la ciudad, y a los 20.000 en 1917.
Las autoridades de entonces tampoco supieron estar a la altura de las circunstancias y el barrio fue creciendo sin apenas infraestructura urbana y sin dotaciones médicas y sociales. Pero, a pesar del olvido y abandono oficial (es en 1901 cuando el Ayuntamiento decide construir la primera escuela), la gente que allí llegó lo hizo para construir futuro, y así levantaron sus viviendas, primero cabañas de madera y más tarde las identificadoras casas terreras que plagaron las faldas del volcán, llenándolas de luminosidad.
Y La Isleta fue creciendo desde la pobreza, y esa realidad junto a la marginación a la que se condenó a sus pobladores, de hecho sufrían un índice de mortandad mayor al 40 por mil, notoriamente superior al que se padecía en el resto de la ciudad, alimentó un espíritu solidario, de vecindad, reivindicativo, que les configuró como un singular colectivo que mantuvo en la ciudad una manera de vivir que no quería divorciarse de la que habían tenido en sus pueblos de las medianías grancanarias o en los de las otras islas. Así construyeron un barrio de colores en el que siempre se le dio un alto valor a la convivencia entre sus gentes.