Ibón S. Rosales
Basta con dar un paseo por la calle Molino de Viento, Pamochamoso o
Ángel Guimerá para ver de cerca a las mujeres que ejercen la
prostitución en la ciudad. Existen, están ahí, haciendo la calle,
también en el Puerto, en pisos y clubes. ¿Por qué? ¿Cuál es su
historias? ¿Quién las ayuda? El Centro Lugo lleva 27 años con ellas, con
las mujeres más invisibles de nuestra sociedad.
El Centro de día Lugo nace en 1988 en la capital grancanaria para
atender a mujeres en situación de prostitución. Dos trabajadoras
sociales, una psicóloga, una administrativo, una limpiadora y 17
voluntarias conforman el centro, creado por Cáritas, que cuenta con
financiación del Consistorio.
Suena el timbre, una mujer entra cansada tras una noche larga de trabajo
y se encuentra con un recibidor y un sillón. Al fondo del pasillo huele
a café y a dulces. "La cocina es el motor de la casa, desayunan y
hablan entre ellas o con las voluntarias, les sirve como desahogo
emocional", relata Idaira Alemán, coordinadora del Centro Lugo. "Es el
espacio de desconexión, después pueden hablar con las trabajadoras
sociales o con la psicóloga", añade. "Lo que piden cuando llegan al
centro es empleo, también apoyo psicológico, gestiones de la tarjeta
sanitaria, información y asesoramiento". En el centro no juzgan ni se
posicionan con respecto a la prostitución: "Acompañamos a las mujeres en
aquello en lo que quieran ser acompañadas, ellas establecen objetivos y
toman las decisiones, nosotras intentamos que el camino sea la
protección y la garantía de sus derechos". Pero es complicado que salgan
de esa situación, sólo en 2016 atendieron a 610 mujeres en contexto de
prostitución.
La mayor parte de las mujeres no tienen recursos económicos y sí cargas
familiares que mantener, en la Isla o fuera. "Si por un servicio cobran
20 euros pero deben pagar la cama a 6 euros, más preservativos,
lubricantes y agua... Se alimentan con la comida de vendedores
ambulantes porque muchas no salen de su lugar de trabajo", relata
Alemán. Ni comen bien, ni duermen bien. "A eso súmale llevar una doble
vida, ser Carolina en la calle y María en la casa, viven con miedo a ser
reconocidas", plantea. El apoyo está ahí pero sin recursos el cambio no
llega. "No podemos ofrecer alternativas sino garantizamos una salida
económica", admite la responsable.