Ángela
Cabrera se muestra visiblemente emocionada mientras explica por qué
tuvo que dejar los estudios siendo una niña. Al ser la mayor de doce
hermanos le tocó ponerse a trabajar con apenas 12 años. «Sé que no fue
por egoísmo de mis padres sino por las circunstancias de la vida, éramos
gente muy pobre», relata. Con 69 años y toda la ilusión por aprender
acumulada desde los 11, terminó el pasado mes el bachillerato de
Humanidades en el instituto Joaquín Artiles, en Agüimes, el centro por
el que pasaron sus hermanos y donde siempre quiso estudiar: «Cuando vine
a matricularme me sentía como si estuviera en la universidad».
Le encantaría cursar el grado en Historia en la universidad pero sabe que es una carrera «dura y costosa económicamente». Así que de momento tiene ilusión por mantenerse activa a través de los estudios y la lectura, algo que su marido e hijos aplauden, Cabrera realizará el ciclo Peritia et Doctrina. Si echa la vista atrás para recordar cómo era la escuela en los años 50 le sorprende el abismo. «En clase teníamos la enciclopedia, fundamentos y manuscritos. No había más», aclara sobre el material didáctico del momento. «El desayuno de media mañana era un vaso de leche, que para prepararlo teníamos que ir a buscar el agua a la acequia, y pan con un poco de queso de bola», cuenta.
Cabrera se maneja con Internet pero admite que le gustaría navegar mejor. No tiene redes sociales, solo whatsapp y gracias a esta herramienta sigue en contacto con compañeros de clase. Del Facebook dice que «es solo una novelería» y una «esclavitud». A pesar de la diferencia de edad con sus compañeros del bachillerato nocturno, los jóvenes siempre la trataron genial y conserva muy buenas relaciones. No se puede comparar con ellos básicamente porque han vivido realidades afiladamente distintas: «Hoy una chica de 21 años es una niña pero en mi época en un ambiente rural como en el que yo me movía una mujer con 20 años... La única salida que había era casarte y tener hijos».
Ángela Cabrera no tuvo graduación porque en el bachillerato nocturno no es costumbre hacerla pero el instituto Joaquín Artiles la homenajeó en la orla del diurno, donde su nieta también celebró el fin de curso.
Le encantaría cursar el grado en Historia en la universidad pero sabe que es una carrera «dura y costosa económicamente». Así que de momento tiene ilusión por mantenerse activa a través de los estudios y la lectura, algo que su marido e hijos aplauden, Cabrera realizará el ciclo Peritia et Doctrina. Si echa la vista atrás para recordar cómo era la escuela en los años 50 le sorprende el abismo. «En clase teníamos la enciclopedia, fundamentos y manuscritos. No había más», aclara sobre el material didáctico del momento. «El desayuno de media mañana era un vaso de leche, que para prepararlo teníamos que ir a buscar el agua a la acequia, y pan con un poco de queso de bola», cuenta.
Cabrera se maneja con Internet pero admite que le gustaría navegar mejor. No tiene redes sociales, solo whatsapp y gracias a esta herramienta sigue en contacto con compañeros de clase. Del Facebook dice que «es solo una novelería» y una «esclavitud». A pesar de la diferencia de edad con sus compañeros del bachillerato nocturno, los jóvenes siempre la trataron genial y conserva muy buenas relaciones. No se puede comparar con ellos básicamente porque han vivido realidades afiladamente distintas: «Hoy una chica de 21 años es una niña pero en mi época en un ambiente rural como en el que yo me movía una mujer con 20 años... La única salida que había era casarte y tener hijos».
Ángela Cabrera no tuvo graduación porque en el bachillerato nocturno no es costumbre hacerla pero el instituto Joaquín Artiles la homenajeó en la orla del diurno, donde su nieta también celebró el fin de curso.