La Isleta es hija de la mar y del volcán. Seguramente por eso la fiestas del Carmen son como son, tan inusuales, incluso mágicas. En ellas se encuentran creyentes y agnósticos, devotos y ateos, fieles y apóstatas. Es difícil de explicar ese derroche de pasiones con una imagen que los marineros hicieron suya. Y no seré yo quien niegue que hay un punto de idolatría, o un mucho, en lo que ahí se manifiesta; pero, sobre todo, hay colectividad, hay espíritu de barrio, que tiene en ella, porque es una más, un símbolo de identidad de este lugar que se construyó sobre el malpaís, desde la indigencia y que a falta de infraestructuras copa la vía pública para socializarse.
domingo, 17 de julio de 2016
VIRGEN DEL CARMEN: Fiestas de la ciudad
Cuando llega julio La Isleta se llena de voladores, de banderolas que
van de una fachada a otra y en la aurora las calles rebosan de gente y
son, aún más, de todos. Hay alfombras sobre el asfalto, de serrín, de
sal, de papel, de goma triturada, todos materiales modestos, porque la
economía no da para más; hay, incluso, zaguanes con primorosos altares
en los que el cortejo se para y frontis que se pintan con brillantes
colores o se baldean, si las perras no llegan, para lucir luminosos. De
algún garaje, abierto de par en par, sale una música animosa y
escandalosa, junto a carcajadas de quienes comparten el rato, el rasgueo
de una guitarra o algún que otro canto parrandero, entre tanto llega la
hora. No falta, claro, el aroma de la chuletada o del calamar seco
puesto sobre la brasa. Hay azoteas de las que penden un blasón, también
modesto, como su gente, o una trapera. Carmita, Pinito, Juanita, Pepito,
Tomasito, Tinito se saludan sonrientes, se cuentan las cosas de los
chiquillos, que ya les han dado nietos, mientras los contemplan, porque
ellos, aunque muchos se hayan marchado, siempre vuelven cuando llega
julio, y sobre todo el día de ella, el 16. Son las fiestas del barrio,
fiestas de la ciudad. Entonces la noche se hace corta, da igual tener
que ir a trabajar con todo el sueño, hay que hacer vecindad, hay que
acompañar y en esas fechas, en esa jornada, bendita sea la vigilia. No
escapa ninguna calle, porque por todas pasa.
La Isleta es hija de la mar y del volcán. Seguramente por eso la fiestas del Carmen son como son, tan inusuales, incluso mágicas. En ellas se encuentran creyentes y agnósticos, devotos y ateos, fieles y apóstatas. Es difícil de explicar ese derroche de pasiones con una imagen que los marineros hicieron suya. Y no seré yo quien niegue que hay un punto de idolatría, o un mucho, en lo que ahí se manifiesta; pero, sobre todo, hay colectividad, hay espíritu de barrio, que tiene en ella, porque es una más, un símbolo de identidad de este lugar que se construyó sobre el malpaís, desde la indigencia y que a falta de infraestructuras copa la vía pública para socializarse.
La Isleta es hija de la mar y del volcán. Seguramente por eso la fiestas del Carmen son como son, tan inusuales, incluso mágicas. En ellas se encuentran creyentes y agnósticos, devotos y ateos, fieles y apóstatas. Es difícil de explicar ese derroche de pasiones con una imagen que los marineros hicieron suya. Y no seré yo quien niegue que hay un punto de idolatría, o un mucho, en lo que ahí se manifiesta; pero, sobre todo, hay colectividad, hay espíritu de barrio, que tiene en ella, porque es una más, un símbolo de identidad de este lugar que se construyó sobre el malpaís, desde la indigencia y que a falta de infraestructuras copa la vía pública para socializarse.