Vicente Llorca Las Palmas de Gran Canaria
Fue la fotografía de portada de este periódico el jueves. Una anciana, su madre o la mía, nuestra madre, renqueante, apoyada sobre dos muletas, avanza sola y dolorida por uno de los pasillos del Hospital Doctor Negrín. Sobre su espalda, el peso de la vida. Su canoso y fino cabello le cubre su rostro tierno y la hace anónima, aún más nuestra. Sus piernas enrojecidas. Su andar es dificultoso y unas alpargatas, abiertas, cobijan sus hinchados pies. Precisa atención médica. Sufriente, avanza lentamente hacia la salida del recinto hospitalario valiéndose por si misma. No hay silla de ruedas para ella. Para aliviarle el camino. Y si quiere una coja número. Espere. Desespérese.
El único calor que recibe es el de una rebeca que le cubre. Le cubre, sobre todo, de tanta obscenidad que contemplamos un día sí y otro también en este que dicen Estado del Bienestar en que vivimos.
Mientras, los constructores de ese bienestar, que está por ver, debaten, debaten y debaten sobre los resultados electorales del domingo; y, sobre todo, se extasían con los logros que han obtenido, lo bien que lo han hecho y lo mucho que han triunfado. Los derrotados siempre son los otros. Por ejemplo, esa viejita que es su madre o la mía, la nuestra, sencillamente porque no han tenido la previsión de tener una maldita silla de ruedas que le evitase ese innecesario sufrimiento de salir a pie, cuando ya sus pies casi no le obedecen porque ya han hecho, y más, el trabajo debido, del hospital. Y digo maldita para no usar otro calificativo que podría considerarse un exabrupto, aunque el caso lo merece.
La fotografía fue tomada el miércoles por la mañana. Tres días después de las elecciones. En esa misma jornada unos seguían jactándose de haber sido los que más habían subido en votos, aunque los hubiese con más escaños; otros se regodeaban en el apoyo mayoritario recibido, aunque fuesen los primeros en no alcanzar una mayoría absoluta después de un primer mandato; y algunos, porque conforme pasa el tiempo cada vez son menos, enredados en pleitos de vecinos, manteniendo firme el ademán así se les desmorone el ventorrillo por asuntos de familias o personalismos y haciéndole ascos a la obvia y necesaria refundación, reunificación y renovación.
Es tanto el dogmatismo que no hay manera de que se haga, al menos, un pizquito de autocrítica. ¡Y no hay silla de ruedas!
¡Por la viejita! ¡Hagan el favor! ¡Tengan un mínimo de vergüenza y no vengan con que son problemas puntuales! La señora de la fotografía no es un punto.
No basta interpelar a la sociedad únicamente a la hora de pedir el voto. Tampoco, como han hecho, intentar acallar las críticas, tras la publicación en el periódico de este sonrojante asunto, anunciando el envío de sillas que decían que no existían y que aparecieron como por arte de magia. ¿Y si no hubiese trascendido a la luz pública, se habría resuelto el problema cotidiano que arrastran un montón de enfermos con problemas de movilidad? En esta sociedad tan próspera, octava potencia industrial del mundo y ... (acuérdense de la borrachera de cifras que nos brindaron en los debates electorales), su madre, la mía, nuestra madre tiene que tener una silla de ruedas, también, si la necesita.