Los menores acogidos por familias superan a los que están en residencias.
Antonio tiene 4 años y no para quieto. Juega con el interruptor de la luz, enciende el televisor, toca unas notas en el piano y activa el ruido de su avión de juguete. Lo hace todo a la vez, está descubriendo el mundo. Todo son estímulos para el pequeño que desde el 22 de diciembre forma parte de los Velasco Díaz. Pasado el periodo «Bosnia» de adaptación, Fátima, Iñaki y Amanda, padres y hermana acogentes, relatan cómo está siendo la vida con un miembro de la familia más. «En mayo nos ofrecieron a dos hermanos de forma permanente, uno de 8 y otro de 11 años. Lo pensamos y hablamos con los niños pero vimos que no era posible», relata el matrimonio, que se estrena como familia de acogida de Antonio, un niño que viene con una «mochila», carga de la que les avisaron durante la formación cursada previa al acogimiento. «Va cogiendo rutinas. Cuando viene del cole nos cuenta su día. Los lunes y miércoles va a baloncesto, está en el mismo equipo que Omar», se refiere Iñaki a su hijo pequeño. «Y los martes y jueves va a piscina. La actividad física es buena para canalizar toda esa inquietud que tiene. A las cinco merienda y se acuesta sobre las ocho y media», prosigue el padre, que se pidió las 16 semanas de baja maternal para encarar la llegada del pequeño.
Antonio tiene 4 años y no para quieto. Juega con el interruptor de la luz, enciende el televisor, toca unas notas en el piano y activa el ruido de su avión de juguete. Lo hace todo a la vez, está descubriendo el mundo. Todo son estímulos para el pequeño que desde el 22 de diciembre forma parte de los Velasco Díaz. Pasado el periodo «Bosnia» de adaptación, Fátima, Iñaki y Amanda, padres y hermana acogentes, relatan cómo está siendo la vida con un miembro de la familia más. «En mayo nos ofrecieron a dos hermanos de forma permanente, uno de 8 y otro de 11 años. Lo pensamos y hablamos con los niños pero vimos que no era posible», relata el matrimonio, que se estrena como familia de acogida de Antonio, un niño que viene con una «mochila», carga de la que les avisaron durante la formación cursada previa al acogimiento. «Va cogiendo rutinas. Cuando viene del cole nos cuenta su día. Los lunes y miércoles va a baloncesto, está en el mismo equipo que Omar», se refiere Iñaki a su hijo pequeño. «Y los martes y jueves va a piscina. La actividad física es buena para canalizar toda esa inquietud que tiene. A las cinco merienda y se acuesta sobre las ocho y media», prosigue el padre, que se pidió las 16 semanas de baja maternal para encarar la llegada del pequeño.
«Es un niño que han tenido sentado en el carro para que no se moviera... No se ha relacionado, no ha corrido, no sabía lo que era el peligro. Ahora sabe que si se cae o se golpea con el remo, duele», relata Fátima Díaz. «No hablaba mucho. Es un niño listo pero su proceso cognitivo no se ha desarrollado de forma normal», explica la mamá de acogida. Cuando llegó tenía dificultades para defecar y todavía le despiertan durante la noche para que orine.
Cuando Antonio aterrizó en el cole nuevo, era un «terremoto» pero en pocos días notaron el cambio a mejor en su actitud. «La profesora lo tenía siempre penado», dicen. «Cuando nos lo planteamos, dijimos: «Nosotros podemos echar una mano y que los niños tengan una situación normalizada», rememora Díaz, «darles la oportunidad de vivir en familia». «Lo que aprenden cuando son pequeños les hace coger un camino u otro en su vida adulta», concluye feliz la familia de Antonio.
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