VICENTE PÉREZ | Arona
Están en paro, y ya sin prestación por desempleo. Esperaron doce años por una vivienda de protección oficial que nunca llegó, y ya casi han perdido la esperanza. El refugio que creyeron provisional -unos antiguos locales comerciales húmedos y con paredes desconchadas- se ha convertido en su hogar. Es la historia de dos parejas que viven con sus hijos menores en Cabo Blanco, rodeados de bloques de viviendas de una barriada que en su día se restauró, dejándolos a ellos en medio, en tierra de nadie.
“Somos personas, no somos perros y aquí nos entran las ratas y las cucarachas; no pedimos nada del otro mundo, sino una casa; tampoco que nos la regalen, como a privilegiados, pero irla pagando según nuestros ingresos, pues estamos en paro”, explica Juan, de 32 años, que ocupa una de estas infraviviendas, junto a su mujer Maleny, de 31, y sus dos hijos: un niño de 18 meses y una niña de 4 años.
Cobran una ayuda para alimentos y ella vende algo de ropa para sobrevivir. “Quisimos alquilar una vivienda, pero nos pedían nóminas y avalistas, y fue imposible”, evoca como una pesadilla esta familia, que toma la luz de las farolas, por lo que hasta que no se enciende el alumbrado público, no tienen electricidad. Maleny aún sueña con una vivienda de protección oficial. “Los políticos nos la prometieron para cuando derribaran estos locales, como sí hicieron con los vecinos de uno que tiraron hace 15 años, pero aquí seguimos, y aquí tuve a mis hijos, porque esperando, esperando, se me hubiera pasado la edad de ser madre”, comenta esta joven, mientras muestra el mal estado de la construcción que habitan: humedades, goteras si llueve, y falta de espacio propio de una casa improvisada en un salón de techos con bloque pelado.
Es el mismo sino de María Fernández, de 33 años y Jaime de 41, y sus hijos de 15 y 11 años. A ella el subsidio del paro se le acabó en 7 meses; él lleva cinco años desempleado, y únicamente le salen trabajos ocasionales. “Sólo reclamamos una vivienda digna, la que pedimos hace más de 10 años, aquí estamos con un solo dormitorio; yo duermo en un sofá”, expone María, quien deja claro que si pudieran pagar un alquiler, no vivirían en esas condiciones. “Nuestros hijos se han hecho mujeres y hombres en estos locales, esperando por una casa digna que no llega”, se lamenta.
Ambas familias observan con preocupación cómo no se construyen en la zona viviendas de primera necesidad social, es decir, para los vecinos en peor situación económica. Las últimas, afirman, se levantaron hace más de 10 años en Vento.
Cae la noche en Cabo Blanco, los últimos rayos de sol dejan paso al frío del invierno, que se cuela por todos lados en estas infraviviendas, como un asedio.
http://www.diariodeavisos.com/2012/03/01/actualidad/vivir-en-una-infravivienda/