Juan Manuel Pardellas Las Palmas de Gran Canaria
Cualquiera de los 15 diputados que se trasladan cada semana al Congreso de los Diputados, además de su sueldo, obtiene unos 1.700 euros mensuales para gastos de manutención y alojamiento. Cualquier otro canario que no haya tenido la fortuna de estar en el club de estos 15 esforzados representantes y que tenga que desplazarse a Madrid para que le trasplanten un órgano (normalmente corazón o pulmón) o para hacerse análisis, pruebas o someterse a intervenciones recibe, por el mismo concepto que los diputados, unos 18 euros al día (si es más de un mes y los candidatos a trasplante están a veces hasta un año, las dietas salen a 540 euros/ mes). Resulta difícil, incluso a uno de estos 15 hombres y mujeres puede parecerle injusto, que se comparen estas situaciones, pero así es nuestra tierra. Un tercio de la población está en la pobreza y los diputados organizan una comisión para investigar la desaparición de dos niños y las «agresiones sexuales» que sufren los pequeños, como volvió a reincidir esta semana el portavoz nacionalista José Miguel González. ¿De verdad creen que a nuestros hijos se los están levantando al doblar la esquina? Con el desempleo disparado, el petróleo advirtiéndonos cuán débiles somos ante la alta dependencia energética, con más placas solares en Alemania que en las islas, con los precios inasumibles de alimentos y transportes, con el aumento de prestaciones sociales porque las familias no llegan, con las urgencias colapsadas porque atención primaria no da para más, con los índices de fracaso escolar en la misma calle donde se manifiestan unos maestros pisoteados… De acuerdo en que son un mal necesario, pero eso no debe llevarnos a no exigir que tanto si sus padres, hijos o los de cualquier otro ciudadano de estas islas necesitan trasladarse a la Península, le incrementen esas dietas por manutención y alojamiento, incluso reduciendo las suyas. Ya verán como no harán nada y dentro de un año habrá que volverlo a recordar. Nunca antes ha tenido tanto sentido aquella frase por la que deberían premiar a los creativos de Dorada: «Qué suerte vivir aquí».