domingo, 22 de junio de 2008
Mejor morir que vivir como vivía
MIGUEL F. AYALA LAS PALMAS DE G C Said Ahmed se ríe mucho. Se reía durante la entrevista, sonreía cuando le hicieron la fotografía que ilustra este reportaje y hasta cuando contaba su dramática llegada a Canarias, a bordo de un barco negrero, tampoco podía ocultar su blanquísima dentadura. "Es que la vida fue muy dura conmigo y ahora", dice, "por fin soy yo el que se ríe de ella".Este ghanés de 26 años, hijo de un matrimonio malí que abandonó su país en busca de una vida mejor para ellos y sus hijos, lo intentó todo en el continente africano "hasta que me di cuenta que allí no iba a poder prosperar" pese a haber estudiado hasta la adolescencia "primero mecánica y luego costura", recuerda agazapado bajo una gorra que esta tarde le cubre del fuerte sol que brilla sobre el barrio de Jinámar, en Telde, su lugar de residencia."Cuando dejé el colegio en Malí me puse a aprender mecánica con un amigo de la familia que me enseñó de todo, pero eso no era suficiente para poder mantenernos mis padres, mi hermano y yo. Entonces", continúa, "con el poco dinero que logré sacar compramos una máquina de coser y estuve haciendo ropa con mi hermano hasta que me llegó una llamada de un conocido ghanés que había huido a Canarias y hablaba muy bien de las Islas y las oportunidades laborales".Con dinero prestado viajó a Cabo Verde para dar el salto a Europa. "Había escuchado que desde allí era más sencillo" pero "el precio del viaje hasta Canarias era de unos 2.000 euros, muchísimo dinero para mí, y estuve varios meses obligado a confeccionar más ropa hasta que reuní lo suficiente para pagar".LA MÁQUINA DE COSER. Said Ahmed cuenta que con el dinero que traía compró una máquina de coser y reuniendo un poco de aquí y de allá, sumado a lo que su hermano pudo mandarle de Ghana, pudo embarcarse para alcanzar su objetivo aunque primero tuvo que esperar durante quince días, oculto en una playa, hasta que zarpó el barco de los mafiosos. "¡Casi me dio más miedo esa espera que los días de travesía!", asegura. Corría el año 2000 y tras quince días de penurias "a bordo del yate donde íbamos quince personas ocultas en el camarote" alcanzó por fin la costa de Tenerife. En el trayecto, hacinados, pensó que la embarcación se hundía debido al fuerte oleaje y presenció cómo el mar se tragaba al "único amigo" que tenía en el barco tras fallecer éste en el viaje. "Lo tiró al agua el patrón del yate", rememora con tristeza Said antes de reconocer que "ahora mismo no volvería a repetir la experiencia porque pasé mucho miedo". Sin embargo, "en aquellos años mi situación en Ghana era muy mala y pensaba que mejor morir que vivir como vivía allí". En Tenerife quedaron abandonados "en una playa que no sé ni cómo se llama", cuenta, "y nos fuimos a un centro de inmigrantes del sur". Eso era lo que le habían dicho que debían hacer y sin saber ni papa de español se plantó en esta instalación del Cabildo tinerfeño en Adeje. "Tenía 19 años y ningún papel", explica.A los pocos meses apareció de nuevo su amigo residente en Gran Canaria y convenció a Said Ahmed para que viajara hasta allí "porque había más oportunidades". "Recuerdo que cuando llegué a las instalaciones de Cruz Roja de Miller Bajo me sentí mucho mejor. Ya no estaba tan solo y encontré a mucha gente buena que se volcó conmigo, aunque estaba muy acojonado", dice literal, "porque no tenía papeles y me daba miedo que me encontrara la policía y me devolvieran a mi país, con todo lo que me había costado llegar a Canarias".Entre esas personas "a las que le debo todo" cita a Ruth, sindicalista de Comisiones Obreras que se volcó en ayudar al chico y a varios compatriotas suyos. "Ella nos consiguió un documento que impedía la expulsión", reconoce, "y fue la que nos avisó de que el Gobierno" de Zapatero "iba a regularizar a extranjeros irregulares", 800.000 en toda España. En 2005, tras meses en la capital grancanaria limpiando coches en Miller Bajo, el ghanés Ahmed consiguió por fin lo que ansiaba desde hacía tantos años: un permiso de trabajo. Es desde entonces que no para de sonreír.