Gonzalo H. Martel
Como son gente silenciosa, la Administración abusa de ellos. No protestan porque se pasan el día poniendo pañales, limpiando babas, cambiando sábanas, levantando los cuerpos deteriorados de sus familiares más débiles con un enorme esfuerzo. Se les va la vida en tener a punto la comida, las pastillas en orden, las visitas del médico, los orinales. En muchas familias incluso aún se sacrifica a alguno de sus miembros a esa suerte de cautiverio, con toda la atención puesta en alimentar los hilos desordenados de la existencia. Nunca terminan la faena, porque la atención a los seres queridos no ofrece alternativas de ocio, ni un minuto de respiro. Más allá de las ventanas de la casa existe un mundo cuyo horizonte alcanza a duras penas al supermercado del pueblo o de la esquina. Todo ello a costa de su propia salud, de su futuro. Sorprenden en su alegría, porque del infierno que habitan sacan energía para reírse de las paradojas de la vida, de sus propios límites, de sus ilusiones. No están acostumbrados a lamentarse, y por eso abren cuando tocan en la puerta los baremos oficiales.
Para conseguir que les inscriban como solicitantes, por la casa de las personas que más ayuda necesitan pasan por lo menos tres visitas, una por cada administración pública implicada en el caso. La desconfianza como castigo añadido. Aún así, pese al obvio exceso de burocracia impertinente, no se conoce caso alguno en que se haya increpado al técnico de turno. Son los que tienen suerte; miles de familias esperan aún por el filtro que da derecho a las prestaciones previstas en esa ley que algunos llaman «de autonomía personal» y otro, como ley «de dependencia»; la elección no será gratuita. Hace un año y medio que está vigente, aunque se aprobó desde casi un año antes. El Gobierno canario va diciendo por ahí que, sólo el año pasado, se gastó 107,6 millones de euros en beneficio de los afectados. Pero a estas alturas, miles de familias siguen si ver algo de consuelo, monedas en migajas. No es sólo ineficacia simulada, manifiesta imbecilidad política; se nota que nunca le han limpiado el culo a su padre ni a su madre.