José L. Guerra/La Provincia 31 de mayo
Hoy celebra la Iglesia la fiesta de la Visitación de María a su prima Santa Isabel. Y hoy nos visita la Virgen del Pino. La patrona de la Iglesia local se adentra en la cincuentena de bajadas a la ciudad, con esta “bajada 52”, que en esta ocasión, hace de la Catedral una especie de área de descanso para proseguir su itinerante visita hasta el Vecindario y Telde, enlazando así las tres áreas que encabezan el ranking de población de la isla.
Vivimos en una época difícil, como casi todas las épocas anteriores en las que la Virgen se acercó a la catedral de Las Palmas, pero ya no es la demanda de lluvia, la protección contra la peste, la guerra o la plaga de langostas lo que motiva este viaje, sino un acontecimiento festivo, que viene a sumarse a la corta lista de efemérides de agradecimiento, que motivó en otros tiempos estos viajes de ida y vuelta. 2025 es un año jubilar y siguiendo la última voluntad del añorado Papa Francisco, la Esperanza ha puesto en movimiento a la Iglesia, para convertir el ritual del “camino” en profecía... “Peregrinos de Esperanza”, porque la Esperanza es siempre futuro, novedad, reto, resiliencia, desafío… Y en el escenario de pies, de polvo, de emociones, de fatiga, de comunión y de sueños que supone caminar, no podía faltar ella, nuestro mascarón de proa, al que el color verde le sienta tan bien, que la llamamos del “Pino”.
“La Virgen”, más allá de ser un icono de identidad y un símbolo que aglutina y cohesiona, llámese Candelaria, de la Peña, de los Volcanes, de las Nieves, de los Reyes, de Guadalupe o del Pino, es para los creyentes una referencia de fe. La mujer más pintada, esculpida y evocada a lo largo del mundo es ella. Incluso en Israel, donde con frecuencia surgen tensiones a la hora de publicitar algo con el rostro de un personaje en una lona, ella campea al aire libre sobre la fachada del Nôtre Dame Center. En una ciudad donde la figura humana está proscrita en los espacios públicos, la mujer judía más conocida, levanta su perfil mirando al barrio cristiano de la vieja ciudad, a pocos minutos del Santo Sepulcro.
Fe y cultura se encuentran en el mapa mariano de España y en los lugares más remotos del mundo. Si lo intentáramos, el GPS nos conduciría a los santuarios más variados, exóticos o ecuménicos, donde las expresiones piadosas rompen con frecuencia el arco de lo imaginable. Entre esas expresiones, la peregrinación y la procesión, ocupan un lugar destacado.
La “peregrinación” tiene carácter “transformante”, metáfora y símbolo del viaje interior, de la “peregrinatio animae, del “homo viator”, de la condición peregrina de la Iglesia y de todo hombre; la segunda - “la procesión” - tiene más bien carácter “restituyente” y trata de devolver a lo sagrado lo que le pertenece; por ello, acompaña a la imagen fuera del templo para expresar así que el mundo también es suyo. La filosofía de la procesión es la metafísica de la demolición de los muros que dividen y rompen la vida. La procesión emerge de la experiencia de lo sagrado, que lo invade todo y nos convierte en simples usuarios del tiempo, del espacio y de las calles.
Ver, sentir, tocar…Puede significar más de lo que se ve. El hombre es un ser complejo y a ello debemos siempre remitirnos. La imágenes sagradas fascinan a muchos y a otros, no tanto, pero ahí están evocadoras de un “más allá”, mediaciones de lo Otro y generadoras de cultura, de santuarios y rutas, de exvotos; de arte, de identidad colectiva, de fe sencilla. Para el que se aproxima a ellas, estas imágenes, no sólo son testigos de un pasado glorioso, sino también conexiones con la fe de sus padres y testigos de una historia entendida como andadura… Ver de cerca una imagen piadosa, produce aproximación, cercanía al pasado vivido y al futuro en el que creemos.
Pero esto no funciona de forma mágica, es necesario acompañarlo de un proceso interior. Se camina no sólo para llegar, sino también para vivir la experiencia del camino. Por ello, ojo con la “museización” de lo ritual o con la tentación del recurso fácil e indiscriminado a lo que llamamos “religiosidad popular” : No toda romería o procesión es tal; por ello, más que de peregrinaciones habría que hablar de peregrinos, porque es evidente que en cada peregrinación podemos advertir diversas formas de apropiación del pasado y distintos comportamientos, capaces de darle una significación exclusivamente laica a estos rituales, oportunamente aprovechados por las instancias de poder.
Urge, por tanto, la interpelación y dejar tiempo a las preguntas ¿Qué es lo que tienen estos rituales que los hace no sólo atrayentes sino deseables, en una Iglesia que prioriza la evangelización? ¿Son performativos por sí mismos y bastaría cuidar el continente, la puesta en escena? ¿Cómo se entiende, la paradoja de la deserción progresiva de los ritos sacramentales, cada vez más patente en las iglesias y , al mismo tiempo, la animación y el auge de los viejos y nuevos caminos que llevan a los viejos y nuevos santuarios – muchos de ellos surgidos al margen del control de la autoridad eclesiástica – que se llenan de nuevo bullicio?
Hoy, la Virgen del Pino, baja a la ciudad como peregrina de Esperanza; como siempre, una riada de gente la acompaña y camina con ella. Este acontecimiento, aparentemente residual, propio de otros tiempos, sigue gozando de buena salud y pone en evidencia dos cosas: Lo que tiene que ver con la cultura religiosa sigue interesando al hombre de hoy y la gente en general, encuentra más asequible intuir el Misterio, a través de una imagen cargada de historia, que en una conferencia cargada de conceptos. A partir de eso, ¿Cómo anunciar el Evangelio?

