domingo, 20 de julio de 2008

MI NOMBRE ES NADIE




JUAN CRUZ RUIZ
El conservadurismo insular, que a principios de los setenta era también el franquismo, que ha durado más tiempo del real, y ha ido más allá del propio franquismo, coincidía en dos lugares comunes: negar el acento canario y negar el continente africano.Antes de que España fuera otra vez democrática, nombrar África en Canarias desataba muchas sospechas. En primer lugar, como se decía en el ambiente, no éramos africanos, casi ni éramos vecinos de África. África era un accidente en las cercanías. Los que se debatían contra esa presencia ignorándola, o tachándola, eran los mismos que tachaban la palabra 'guagua' o la palabra 'papa'; ahora las escriben, o las subrayan, pero son los mismos que tachaban la palabra África. El conservadurismo insular, que entonces era también el franquismo, que ha durado más tiempo del real, y ha ido más allá del propio franquismo, coincidía en ambos lugares comunes: negar el acento y negar África.Obviamente, uno y otro no van unidos, porque nuestra manera de hablar no tiene ninguna connotación africana, sino americana, pero en la psicología de los que mandaban, los dos extremos se unían por uno solo: la cultura es del que manda, y el que manda objetiva los modos de expresión y también los límites de nuestra existencia.Eso pasa siempre, y pasa ahora: ahora, si dices autobús en lugar de guagua, aquellos que te daban con la regla en los nudillos te vuelven a dar, pero porque se dice guagua y no autobús.Estas son materias interesantes de reflexión cultural, sociológica e incluso periodística, pero el ambiente lo tiene prohibido. Están prohibidas muchas cosas entre nosotros: por ejemplo, pensar distinto sobre lo que es y de dónde viene nuestro acento, qué son y de dónde vienen nuestros apellidos, cuál es el origen de los canarios y qué hicimos antes de ser canarios, en los ancestros más puros de nuestro origen. Está prohibido, simplemente, porque se está construyendo una 'no-verdad' que sirve a los propósitos de los que siempre han hecho la historia para que nadie chiste.Pero de eso que está prohibido no iba a hablar yo hoy, sino de África, de la que nos preocupa, de la que está cerca y de la que viene. Desde hace décadas e incluso siglos, África viene; de donde venimos, viene. Ahora África viene de manera espectacular y pobre, acaso como siempre: viene en cayucos, intenta una aproximación rara, es decir, desesperada, y se acerca arriesgando su vida. Los que la reciben, gente del socorro, de la Cruz Roja, de la Guardia Civil, etcétera, ya están familiarizados con sus rostros horrorizados por el pavor que supone la cercanía de la muerte, ese espectáculo terrible que en estas últimas semanas ha hallado gradaciones aún peores del horror. Pero la gente, la que no los ve, la que simplemente sabe de ello por los medios, se ha acostumbrado a creer que acaso es verdad lo que dicen los políticos, que ya no caben. Mienten: esa gente no se queda aquí, se marcha, pero no se le hace fotos mientras se está yendo, y ha prosperado la exuberancia racista de nuestro tiempo, disfrazada de preocupación por la densidad de la geografía humana.En medio de esas miradas que ven y abrazan, ven y olvidan y ven y tachan, están otras miradas, las que ven y preguntan, se interesan, y trasladan a la sociedad civil canaria o española, o canaria y española, vamos a ser políticamente correctos, una realidad que cada día más nos acerca a la verdadera relación de África y de los africanos con su miseria.