M. REYES / SAN BARTOLOMÉ DE TIRAJANA
Los vecinos de Fataga ya han comenzado al golpito la reconstrucción de este pueblo del municipio de San Bartolomé de Tirajana, convirtiendo sus caminos y terrenos en un improvisado campo de reparaciones, aunque la prioridad todavía sigue en limpiar el hollín de las casas y tirar los enseres quemados."Me pregunto dónde está el personal del Ayuntamiento", se interroga casi para sus adentros Ignacio Rodríguez, un lugareño que lleva todo el fin de semana dando viajes hasta el viejo campo de fútbol para vaciar un pequeño transporte con el que recoge la basura y el mobiliario chamuscado puerta a puerta. Y es que los medios materiales puestos a disposición de los afectados por el incendio que ha asolado la cumbre de Gran Canaria son casi inexistentes, con contadas excepciones como la del citado transportín. "Aquí los políticos sólo vienen a hacerse la foto", añade José Rodríguez, otro vecino que trabaja a destajo en acondicionar el pueblo mientras el Cabildo Insular entrega las primeras ayudas a los damnificados.Todos arriman el hombro para eliminar "la imagen negra" que percibe el turista cuando pisa Fataga, pero las principales actuaciones se concentran en reparar los conductos del agua para "salvar los cultivos que han escapado de las llamas", un improvisado mosaico de fontaneros que encuentra su máxima expresión en Ángel Mejías. "Llevo toda la mañana cambiando los hidros quemados de las casas para que puedan tener agua", explica este vecino mientras se toma un respiro y deja de darle vueltas a la llave inglesa.SIN ESCAQUEOS. Más abajo, en otra casa pegada a las palmeras calcinadas del barranco, una familia se esmera en limpiar sus terrenos repletos de cenizas. Nadie se escaquea. La abuela recoge los restos de lo que fue un aguacatero con los sempiternos guantes de color rosa, y el nieto brinca sobre los desechos para compactar el espacio. Todos participan en levantar esta especie de luto que flota en el valle. "Miro la montaña y es como si sintiera que alguien ha muerto", sostiene María del Carmen García, al tiempo que limpia lo que queda de su huerto.Arriba, en la esquina con la plaza, una montaña de tejas, bidones y antenas retorcidas por las llamas crece sin cesar. Son de Miguel Ángel Cazorla, que está tiznado de arriba abajo tras una dura jornada en la que ha estado poniendo orden en el techo de su casa canaria. Y de ahí al viejo campo de fútbol.
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