La incógnita que nos deja la estadística del Ministerio es qué porcentaje de foráneos están en la economía sumergida, porque las cifras de colombianos o marroquíes que figuran en el registro de la Seguridad Social no concuerdan con las que han ofrecido los consulados de esos países sobre el número de residentes en las Islas.
Lo que sí queda meridianamente claro es que la inmigración irregular que llega en cayuco a las costas del Ar chipiélago tiene una ínfima incidencia en el mercado laboral canario, por mucho que algunos grupos políticos se empeñen en utilizar ese fenómeno para proponer planes de empleo sólo para residentes (como si alguien viniera todos los días a trabajar desde Barcelona o desde Tombuctú) o como gusta decir al presidente Paulino Rivero, para "nuestra gente". De los 96.375 extranjeros que cotizaban en Canarias a finales de julio, 1.004 eran de Senegal, 511 de Nigeria y 298 de Ghana, cifras muy pequeñas si se tiene en cuenta que en los tres últimos años han arribado en cayuco unos 50.000 subsaharianos. Hasta ahí los datos.
Por mucha demagogia y xenofobia que siembren algunos, se constata una vez más que si vienen inmigrantes a Canarias es porque aquí hay trabajo, y cuando no lo haya se irán adonde se lo ofrezcan. Por eso resulta tan patético ver cómo nuestros gobiernos aprueban planes de empleo y luego intentan poner puertas al campo.