martes, 3 de noviembre de 2020

La lección de Camilo Sánchez

Eligio Hernández, exfiscal general del Estado

Tuve por primera vez noticia de su terrible enfermedad al regreso de su primer viaje a los Estados Unidos. Le llamé. Nuestra conversación fue corta, pero conmovedora, propia de dos personas que habían compartido durante más de una década proyectos e inquietudes comunes, a pesar de militar en fuerzas políticas diferentes, aunque ambas progresistas, que, sin embargo, no era lo que más nos unía. Fueron las firmes creencias cristianas las que forjaron entre nosotros una fraternidad imperecedera. Poco tiempo después, en un programa de la cadena SER, le confesó a Iñaqui Gabilondo el mal que le aquejaba, y añadió: “Peor para el cáncer”. No puedo por emoción y admiración por tamaña manifestación de valor y coraje ante un destino fatal. Recordé en ese momento al poeta del pueblo, Miguel Hernández, que, como a Camilo, los vientos del pueblo le esparcieron el corazón: “Cantando espero a la muerte que hay ruiseñores que catan encima de los fusiles y en medio de las batallas”.

Artículo publicado en aquel momento
La noticia de su muerte, esperada, que me sorprendió mientras paseaba por el intenso Camino Largo, entristeció la lluviosa y fría tarde lagunera. He sido testigo excepcional, primero en mi etapa de juez de Instrucción de Telde, y luego como delegado del Gobierno, de la ingente labor política y social de Camilo Sánchez y Carmelo Ramírez, que ha hecho posible el desarrollo integral de Vecindario, lugar de encuentro y de gentes de diferente condición y procedencia. Colaboré con ambos en dotar a Vecindario de parte de los servicios sociales y de la infraestructura de que actualmente dispone. Asistí en un anoche inolvidable, desde las medianías de Santa Lucía, a su electrificación. Pero sobre todo, tuve la suerte de compartir con estos jóvenes políticos su indeclinable e insobornable vocación de servicio a los más pobres y necesitados. Creo que éste es el gran legado que nos deja Camilo, en un mundo en el que, al final del milenio se sigue sufriendo la lacerante injusticia de que el 17% de la población mundial disfruta del 80% de la renta global que se genera, y donde los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Camilo dedicó su vida a los demás, fueran canarios, saharauis, o ciudadanos del Tercer Mundo. Fue absolutamente consecuente con el supremo mandato del Evangelio: “Amar al prójimo como a uno mismo, consciente de que, como decía en aquel estribillo de nuestros años juveniles: “La vida tiene un sentido sólo uno y nada más amar más que a ti mismo a todos los demás”. 

Gracias, Camilo, por tu ejemplo, que a muchos nos ayudará a seguir luchando para que nuestra pobre y degradada humanidad alcance en el nuevo milenio la paz y la justicia para todos. Tu muerte es un canto de esperanza. Descansa en paz, “compañero del alma tan temprano”, como también poetizara Miguel Hernández en la más hermosas elegía de la lengua castellana a la muerte de un amigo.