sábado, 23 de julio de 2011

Andamana vive


Blanca Esther Oliver / Las Palmas de Gran Canaria

Fueron cerca de cuarenta años de infierno. Se dice pronto, pero para los vecinos de las calles Andamana, Roque Nublo, Tecén, Temisas y aledaños de la capital grancanaria, esa cifra es un sinónimo de infierno. «Aquí no había quien viviera tranquilo. No se podía salir a la calle. Era imposible dormir. Cada vez que un niño estaba fuera de casa, temíamos que alguien lo tentara con una droga o que intentara sobrepasarse, sobre todo en el caso de las niñas. Fueron cuarenta años que ninguno de nosotros podrá olvidar», recuerda José Juan Quevedo Ramos, la persona que impulsó el movimiento que acabó con el nido de prostitución y drogadicción que sobrevivió durante cuatro décadas en La Isleta.

Hoy, pasear por esas calles es caminar por un barrio casi fantasma. Más de 25 viviendas están tapiadas. Son los inmuebles en los que antaño las prostitutas atendían a sus clientes y en los que los traficantes negociaban con su mercancía. En aquella época, allá por mitad de la década de los 60, esa zona era un trasiego constante de coches cuyos conductores buscaban sexo o drogas. Una situación que llegó a hacerse tan insoportable para los vecinos de toda la vida de La Isleta, que provoco el éxodo de la mayor parte de las familias del barrio.

«Yo nací aquí. Mis padres y mis abuelos también, y no estaba dispuesto a dejar la casa de mi familia por nada ni por nadie», relata José Juan Quevedo. «Pero la vida se hacía cada día más insoportable. Aquí se veía de todo. Venta de drogas; prostitutas incitando a los hombres en plena calle;atracos; no podías dejar el coche fuera porque lo forzaban y lo desvalijaban al instante;teníamos que dormir con tapones en los oídos o con sedantes, porque ponían la música a tope toda la noche;muchos clientes tocaban en nuestras casas de madrugada al creer que eran un lugar de alterne;a muchas menores llegaron a molestarles cuando volvían del colegio, pensando que eran prostitutas;...los que están fuera de aquí no se pueden imaginar lo que vivimos».

Tanta fue la angustia y el hartazgo que, en 1986, un grupo de 14 personas, encabezado por José Juan y en el que había tres hombres y once mujeres, decidió acabar con esa lacra. «Salíamos a la calle los lunes, miércoles y viernes, para pedir que acabaran con ese nido. A los quince días ya éramos 500. Al mes, ya éramos 1.000, porque se unieron todos los vecinos que aún quedaban en el barrio. Se implicaron las administraciones y comenzaron a caminar, al comprobar que muchos de los locales abiertos eran ilegales. Poco a poco, fuimos ganando terreno a los traficantes y a los proxenetas», cuenta. «Por supuesto que tuvimos que soportar agresiones y amenazas. Aquello era su negocio. Pero tras dos años de lucha sin cuartel, logramos que se cerraran todos los locales y los expulsamos de aquí».

Hoy, el barrio es muy diferente. «Los vecinos han vuelto. Se empieza a fabricar. Se respira tranquilidad. Hemos estado en el infierno y ahora vivimos en el cielo».