lunes, 9 de abril de 2007

ÁFRICA REZA POR SUS MUERTOS

Las desapariciones de los jóvenes inmigrantes comienza a hacer mella en la sociedad senegalesa.

José Naranjo. Enviado especial Senegal
Isla de Diogué, al sur de Senagal. Diez de la mañana. A través de un viejo transistor de radio colgado de una tacha en la pared, para no perder la señal, resuena la voz de un joven repatriado desde Fuerteventura hace unos días. “Nos maniataron y nos subieron a un avión. Ahora he perdido todo mi dinero”, dice a través de las ondas. Apenas a cien metros de allí, unos 20 jóvenes recién llegados a la isla aguardan por el próximo cayuco que partirá rumo a Canarias. Unos que volvieron y otros que se van, porque mientras haya demanda, habrá oferta.
Eso sí. Los jóvenes senegaleses que en mayo hacían auténticas colas para subirse a las piraguas que los iban a pasaportar al sueño europeo, ahora se lo piensan dos veces. El mar tampoco ayuda estos días, con olas de tres y cuatro metros que dificultan la navegación, pero es que las noticias que llegan desde Europa ya no son alentadoras: repatriaciones, vigilancia en la costa de Senegal y Mauritania, muertes y naufragios. En fin, fronteras cada vez más blindadas.
Las rutas de la inmigración comienza en las islas de la desembocadura del río Casamance, el último y recóndito lugar donde se preparan los cayucos que zarpan rumbo a Canarias tras el aumento de la vigilancia aquí no es fácil. Desde Zinguinchor, donde está el aeropuerto más cercano, son cuatro horas de dar saltos por una carretera infernal plagada de baches y controles militares.
Sankoune Dieolhiou accede a contarnos los detalles de su trabajo. “Yo no les digo que se vayan, sólo les ayudo a hacerlo”, explica. Antes era pescador, ahora trafica con personas. “Les hablo claro, les digo que hay muchas piraguas que se han ido y que no se ha sabido más de ella.
En los pueblos próximos a Dakar, la Petit Cote y el sur de Senegal, los funerales se repiten cada semana. “Llamamos a los parientes, se hace una pequeña ofrenda y se lee un poco el Corán. Como no tenemos el cadáver, no podemos prepararlo para su encuentro con Dios ni podemos ir a rezar a ninguna tumba. Es más triste y más difícil; cuando estás sola, tu mente duda. ¿Y si…?, asegura Arame Leye, una de las madres senegalesas que ha perdido a su hijo en el cayuco.