jueves, 11 de mayo de 2023

Protocolo de humanidad - Cómo morir en el Insular, un cambio necesario

La pérdida de un ser querido siempre es algo que desconcierta y que cada persona intenta integrar de la mejor manera que sabe o puede.

 Hace poco hemos perdido a un ser muy querido. Ingresó en Urgencias del Hospital Insular por una dolencia poco grave, pero la debilidad de los años hizo que en pocos días se agravara su situación.

 

El protocolo de ese Hospital establece que no haya nadie con el paciente en Urgencias, salvo una persona que puede ir 2 veces al día. No hay excepciones. Una persona de más de 90 años, que se desorienta en ese contexto, y que no se vale por sí misma tampoco. Los familiares intentamos obedecer una normativa, a todas luces, inhumana. 

 

Se pasó a nuestro familiar a transición con la finalidad de que pudiera pasar a una residencia para continuar el tratamiento o bien a una habitación del hospital, o hacerlo en su domicilio. Se agravó la situación y en transición ha pasado sus últimas horas.

 

Solicitamos desde el primer instante un lugar donde poder despedir a nuestro ser querido, y no entre biombos y sin la intimidad que esta situación conlleva. No fue posible. También los familiares acatamos que no podía ser de otra manera.

 

Un poco antes de las 11 de la noche se nos avisó de que el protocolo establece que solo haya 1 acompañante en la habitación. Se intentó hacer ver que era posiblemente la última noche de nuestro familiar. Se logró que pudieran acompañarla 2 personas, pudiendo cambiarse por otros cada cierto intervalo. Lo agradecimos y se acató, porque había que garantizar el descanso de los que estaban en transición. 

 

El resto de la familia habíamos estado esperando durante esas horas en la sala de espera de la entrada del hospital, de lo que estamos muy agradecidos. En el cambio de turno, el nocturno, se nos invitó a abandonar el hospital, porque no podía estar nadie en ese lugar. Intentamos explicar la situación, que era la última noche, que llevaba unos días sola, en Urgencias; que no había una habitación libre para poder despedir en intimidad a nuestro ser querido… Nada. El supervisor de celadores volvió a insistir: Es la normativa. Es lo que establece la Dirección; no pueden estar aquí. Y si seguíamos insistiendo tendría que llamar a seguridad. Éramos simplemente hijos, nietos y sobrinos de una persona que estaba a punto de morir. 


Esa vez sí que no acatamos. Nos fuimos a esperar a otro lugar del hospital. 

 

En este momento en que en la sociedad se habla y se legisla sobre la muerte digna, creo que también es necesario recordar que además de morir sin dolor, con unos buenos paliativos, morir dignamente es poder morir rodeado de los tuyos, en un lugar donde los seres queridos podamos estar cerca de nuestro familiar. Ya con el COVID muchos se vieron privados de ese derecho. 


¿Llegará a entender eso la Directiva del Hospital Insular o quien quiera que dictamine esos protocolos? ¿Podrán los que han cotizado a la Seguridad Social toda su vida morir con esa dignidad? ¿Será tan complicado que en un hospital se disponga de un área, cuando no sea posible estar en una habitación, donde la familia pueda irse despidiendo de un familiar que está ya próximo a morir?

 

Nuestro agradecimiento a todo el equipo médico, enfermeros, auxiliares y celadores; al equipo de pastoral de la salud, con sus capellanes y voluntarios, y a todo el personal de administración y otros servicios que con muchísima humanidad y profesionalidad se esfuerzan cada día en dar lo mejor de sí mismos en el Hospital Insular y en nuestro Servicio Canario de Salud. 

 

Pero también, a quien corresponda, intenten que estas situaciones sean la excepción y no algo que a día de hoy más de una familia ha tenido que sufrir. 

 

Descansa en paz, abuela Antonia. Y que los que tengan que partir de este mundo desde el Hospital Insular también puedan hacerlo en paz. 


Aday González Cruz.

Sacerdote.