Eugenio A. Rodríguez
Andamos asustados por la turismofobia como si temiéramos quedarnos sin pan. Sin embargo no parece que se pueda entender este fenómeno si no reflexionamos antes sobre la turismolatrría, que es su padre, su madre y su suegra.
Hace casi 2000 años Jesús dijo: “Si callan los hijos de los hombres gritarán las piedras”. Y eso ha ocurrido. Primero callamos ante el culto idolátrico al turismo y ahora nos asustamos del grito de las piedras.
La turismofobia es un grito cabreado. Por “cabreado” puede resultar feo, por “grito” es verdadero. La turismofobia puede ser una cizaña pero en sus entrañas lleva algo de savia buena.
La turismolatría va contra la ecología. ¿Es razonable que el turista pueda gozar en Maspalomas de un desierto y al lado de un campo de golf? ¿Es necesario tal derroche de agua? ¿Es necesario el permanente derroche de envases en el sector turístico? ¿Qué hacemos con los jaboncillos apenas estrenados que derrochan los hoteles? ¿Será necesario lavar y relavar manteles limpios? ¿Todo eso se justifica simplemente porque pagan?
La turismolatría va contra los trabajadores. ¿Qué piensan los tantas veces explotados trabajadores de cruceros de lujo con largas temporadas sin ver a sus familias? ¿Es necesario que el personal de limpieza de los hoteles sufra enfermedades laborales? ¿Es tan malo hacer algo de limpieza durante las vacaciones? ¿Es un loco el papa Francisco que -como todos en su residencia- usa un autoservicio?
La turismolatría va contra los más pobres. ¿Es inevitable que una orca de Loro park consuma 60 kg de pescado al día que podrían significar la cantidad necesaria de pescado ese día para 600 niños? ¿Es moral tener condiciones de lujo para mascotas de turistas? ¿Y las ingentes cantidades de comida que se tiran?
Es posible que la turismofobia no sea la mejor reacción. Es como un empujón, un grito airado o un rebote. Pero no olvidemos que es una reacción. Y habría que preguntarse si la causa de fondo de esa reacción es que antes de turismofobia tuvimos turismolatría. Primero estuvimos alimentando al monstruo y ahora no entendemos sus reacciones.