¡Compañero! Una palabra hermosa, aunque no goce de muy buena prensa. Compañeros de trabajo o de estudio que a veces minusvaloramos como si fuera lo menos parecido a un amigo. Es injusta esa forma de pensar. Los buenos amigos empezaron casi siempre siendo compañeros.
En estos días, con ocasión de la muerte de mi compañero Policarpo he reflexionado mucho sobre el tema. Busqué el origen de la palabra y dicen que, etimológicamente, significa “compartir el mismo pan”. Me encanta ese significado.
Con mis compañeros he compartido mucho pan. Hemos reído en abundancia, hemos llorado penas y nos hemos tomado el pelo mutuamente. Hemos tenido un mismo plato para criticar y sufrir situaciones eclesiales y políticas que nos desagradan. Y hemos soñado soluciones para este cachito del mundo en el que hemos vivido y trabajado con ganas de mejorarlo. Con Poli y con otros he saboreado situaciones complicadas y rechazado platos que no nos apetecía probar. Pero sobre todo, hemos disfrutado años juveniles de estudio de latines y teologías diversas, escapadas prohibidas al cine y la convicción de que, con nuestro trabajo y nuestra unión, aportábamos algo a los demás y recibíamos mucho de la gente a la que nos vinculábamos.
Tengo una foto de hace pocos años en donde se ve a Policarpo bromeando con un compañero. Con risa burlona y señalando con el dedo índice, parece que está recordando trastadas comunes. La virtud del cura Policarpo fue ser compañero. Buen compañero. Buen compartidor de mesa, de ilusiones y proyectos aunque no siempre supiéramos llevarlos a cabo. Y todo, sin perder la serenidad ni el humor.
Los compañeros, porque compartimos la misma mesa, conocemos muy bien los defectos y limitaciones del otro. También sus virtudes, claro está. Pero a Poli le gustaba bromear con fallos y anécdotas pasadas. Siempre hubo la confianza de echarnos en cara, con mucho humor, las meteduras de pata de cada uno.
Por eso hoy quiero hacer el elogio del compañero, de los compañeros. De todos los que a lo largo de la vida hemos compartido mantel, o vivido bajo el mismo techo y hemos intentado disfrutar de las cosas buenas y reírnos de los defectos que nos acompañan.
Creo que los compañeros debieran ser considerados parte de la familia. Algunos debieran figurar incluso en el Libro de Familia. En mi casa éramos muchos hermanos. Familia numerosísima. Y cuando estudiaba en el seminario, alguna vez necesitaba más hermanos y por eso arrastré compañeros de otras islas a mi casa de Ingenio. Uno de ellos fue Poli. No hace mucho me lo recordaba él mismo: ¡Cuánto nos ayudó, me decía, convivir tantos años en el seminario de Tafira y en Granada y en tu familia! ¡Cuánto nos ayuda que estemos trabajando para la misma “empresa”, la empresa de Jesús! Pensamos de modo diferente en muchas cosas pero somos compañeros y eso imprime carácter. ¡Compañero! Otra palabra sagrada que hay que cuidar. Con Mario Benedetti canto hoy a Poli y a todos los compañeros que la vida ha puesto en mi camino:
“Con tu puedo y con mi quiero, vamos juntos compañero”. Seguiremos juntos.
En estos días, con ocasión de la muerte de mi compañero Policarpo he reflexionado mucho sobre el tema. Busqué el origen de la palabra y dicen que, etimológicamente, significa “compartir el mismo pan”. Me encanta ese significado.
Con mis compañeros he compartido mucho pan. Hemos reído en abundancia, hemos llorado penas y nos hemos tomado el pelo mutuamente. Hemos tenido un mismo plato para criticar y sufrir situaciones eclesiales y políticas que nos desagradan. Y hemos soñado soluciones para este cachito del mundo en el que hemos vivido y trabajado con ganas de mejorarlo. Con Poli y con otros he saboreado situaciones complicadas y rechazado platos que no nos apetecía probar. Pero sobre todo, hemos disfrutado años juveniles de estudio de latines y teologías diversas, escapadas prohibidas al cine y la convicción de que, con nuestro trabajo y nuestra unión, aportábamos algo a los demás y recibíamos mucho de la gente a la que nos vinculábamos.
Tengo una foto de hace pocos años en donde se ve a Policarpo bromeando con un compañero. Con risa burlona y señalando con el dedo índice, parece que está recordando trastadas comunes. La virtud del cura Policarpo fue ser compañero. Buen compañero. Buen compartidor de mesa, de ilusiones y proyectos aunque no siempre supiéramos llevarlos a cabo. Y todo, sin perder la serenidad ni el humor.
Los compañeros, porque compartimos la misma mesa, conocemos muy bien los defectos y limitaciones del otro. También sus virtudes, claro está. Pero a Poli le gustaba bromear con fallos y anécdotas pasadas. Siempre hubo la confianza de echarnos en cara, con mucho humor, las meteduras de pata de cada uno.
Por eso hoy quiero hacer el elogio del compañero, de los compañeros. De todos los que a lo largo de la vida hemos compartido mantel, o vivido bajo el mismo techo y hemos intentado disfrutar de las cosas buenas y reírnos de los defectos que nos acompañan.
Creo que los compañeros debieran ser considerados parte de la familia. Algunos debieran figurar incluso en el Libro de Familia. En mi casa éramos muchos hermanos. Familia numerosísima. Y cuando estudiaba en el seminario, alguna vez necesitaba más hermanos y por eso arrastré compañeros de otras islas a mi casa de Ingenio. Uno de ellos fue Poli. No hace mucho me lo recordaba él mismo: ¡Cuánto nos ayudó, me decía, convivir tantos años en el seminario de Tafira y en Granada y en tu familia! ¡Cuánto nos ayuda que estemos trabajando para la misma “empresa”, la empresa de Jesús! Pensamos de modo diferente en muchas cosas pero somos compañeros y eso imprime carácter. ¡Compañero! Otra palabra sagrada que hay que cuidar. Con Mario Benedetti canto hoy a Poli y a todos los compañeros que la vida ha puesto en mi camino:
“Con tu puedo y con mi quiero, vamos juntos compañero”. Seguiremos juntos.