domingo, 16 de enero de 2022

Mari Carmen Déniz Marrero. In memoriam

Frater Las Palmas

Nuestro Padre-Madre Dios quiso que Mari Carmen Déniz Marrero muriera la Noche Buena, cuando en el mundo entero la Iglesia celebraba el Nacimiento de Jesús, la Navidad. Esa misma noche fue para ella su nacimiento a la Vida nueva y definitiva junto a Dios.

Era el último paso que le faltaba para identificarse plenamente con el Maestro de Nazaret, con el Señor Jesús. Su proceso de irse transformando, por obra del Espíritu, en Jesucristo, alcanzó su punto culminante cuando compartió con Él la misma muerte. Una muerte en soledad, como lo fue también la muerte del Crucificado en la soledad del Calvario.

Porque, mirando desde la fe toda la vida de Mari Carmen, su trayectoria vital, lo que llama la atención ha sido el largo proceso, el prolongado camino de irse transformando, transfigurando en Jesús. Por eso, recordaremos siempre a nuestra amiga como una gran evangelizadora. Su vida toda anunciaba la Buena Noticia de Jesús.

Estamos convencidos de que el primero que está contento con la vida de Mari Carmen es el propio Maestro que la acaba de llamar a su encuentro definitivo, según dice el Papa Francisco: “Jesús quiere evangelizadores que anuncien la Buena Noticia no sólo con palabras sino sobre todo con una vida que se ha transfigurado en la presencia de Dios” (La Alegría del Evangelio, 259).

En Frater hablamos de la formación en ese sentido. Es un trabajo que va haciendo el Espíritu de Dios en cada una de nuestras personas, para que poco a poco, como la semilla que crece sola, sin que sepamos cómo (Marcos 4, 27), nuestras actitudes, nuestros sentimientos, nuestra mentalidad y nuestras acciones se vayan “conformando” con las actitudes, los sentimientos, la mentalidad y las acciones de Jesús. De forma que cada día más podamos decir con Pablo: “No soy yo el que vive, es Cristo el que vive en mí” (Gálatas 2, 20).

Mari Carmen conoció la enfermedad desde muy joven, pero tuvo la suerte de encontrar en su camino a personas excepcionales, como su querido Doctor Larrea, en la Clínica de Puerta de Hierro de Madrid, que le enseñaron a ser persona, a vivir con dignidad. A mirar de frente la enfermedad, a asumir la radical vulnerabilidad del ser humano y a luchar con todas las fuerzas por aprender a vivir y ayudar a otras personas a vivir desde la fragilidad. A convertir los “cuidados” en una forma de vida. Descubrió que somos “cuidadanos” del mundo y que el secreto de la felicidad está en cuidar la creación, cuidar a las demás personas, y dejarse cuidar. Una sociedad donde aprendamos a vivir para los demás y con los demás. Pasar por la vida haciendo el bien (Hechos de los Apóstoles 20, 38), como hizo Jesús.

La Frater le ayudó más tarde a profundizar las intuiciones cariñosas de su querido Doctor Larrea. Y aprendió, experimentándolo en carne propia, hasta los momentos finales, que la enfermedad, la discapacidad, el accidente que te dejó en silla de ruedas, el cáncer que te cambió la vida, etc. son cosas negativas que te golpean cruelmente, te destrozan los sueños, te hunden en la miseria. En un primer momento sientes rabia, rebeldía, frustración. Pero que luego, con la ayuda de otras personas, de otras vivencias y luces, vas descubriendo que hay una dimensión positiva en todo ello. Y terminas, finalmente, descubriendo que “gracias” a la enfermedad, al accidente, a la discapacidad que ha sobrevenido, ahora soy la persona nueva que soy. Y llegamos a agradecer a Dios por lo ocurrido. Así lo han vivido muchas personas en Frater, desde sus comienzos en 1945 hasta nuestros días.

Esa fue la experiencia de Mari Carmen. Encontró en la enfermedad y la discapacidad la fuerza misteriosa para aprender a vivir de otra manera. Para entrar en el seguimiento de Jesús e invitarnos a entrar también. Una forma de vida que le marcó. Y que dejará huella entre las personas que le hemos tratado y que le admiramos.

Ese “milagro” de la Frater que se obró en ella fue lo que la convirtió en una maestra y una educadora. Una evangelizadora. Aprendió en la universidad de la vida, fue discípula del Evangelio vivido en la fragilidad. Y en ella hemos aprendido muchas personas a reivindicar desde la ternura, a luchar por la justicia sin olvidar la misericordia, a perseguir los sueños sin hacer daño a nadie por el camino, a dar y exigir responsabilidades, pero poniendo por delante el ejemplo con tu propia entrega hasta el extremo.

Hemos aprendido, con ella, que se puede gobernar con firmeza una institución o un movimiento, sin considerarse superior a nadie. Y que se puede seguir sin rubor las propias convicciones, sin pasar factura ni andar mendigando reconocimientos y aplausos.

Fue una militante de equipo. El grupo de vida y de acción formó parte siempre de su estilo de vida. Sabía decidir todo lo importante en grupo. Tenía claro que caminando juntas y juntos, somos más eficaces en la misión. Se hizo especialista en acompañar procesos de crecimiento personal, en lo humano y en lo cristiano. A su lado todas las personas se sentían amadas y capaces de dar lo mejor de sí mismas.

Era una enamorada de lo “social”, porque sabía bien que la lucha del colectivo de personas con discapacidad es una lucha que requiere lucidez y herramientas sociales y políticas vigorosas. Su visión utópica de la sociedad le llevaba a buscar los cauces y las acciones tácticas y estratégicas necesarias para el cambio social hacia una sociedad igualitaria, inclusiva y fraterna. Por eso la vimos empeñada en luchas colectivas como la creación de COCEMFE, la fundación de las Residencias del CADF de Arucas y El Sauzal y la accesibilidad del aeropuerto de Gran Canaria, por poner algunos ejemplos de sus intervenciones sociopolíticas.

Supo tratar de igual a igual a médicos y enfermeras, a presidentes de gobierno y obispos, a curas y monjas, a arquitectos y funcionarios. En todas las personas encontraba pronto el camino de la amistad y la empatía. Y sabía permanecer fiel a las amistades, fuera cual fuera el nivel social o cultural de la persona amiga. Aunque sintió siempre una inclinación especial por las personas frágiles e indefensas, sintiéndose ella misma un ser vulnerable y débil.

Por eso, hoy proclamamos, a pesar del dolor de la separación, que Mari Carmen es un modelo para nosotras y nosotros en Frater. Porque ese camino progresivo de irse identificando cada vez más con Jesús, lo vivió desde la fragilidad de la enfermedad y la discapacidad. Igual que lo intentamos vivir nosotras y nosotros. Ella, por un regalo del Señor, podemos decir que lo consiguió. Por ello la consideramos un modelo a imitar.

Así que, Mari Carmen, ayúdanos desde tu nueva situación, junto a nuestro Padre-Madre Dios, con la fuerza del Espíritu de Jesús, a seguir el mismo camino de seguimiento de Jesús. Que sepamos hacer de la misión nuestra vida, que consigamos muchos frutos en este proceso sinodal que hemos iniciado. Que sepamos escuchar con humildad y hablar con valentía, como tú lo hacías, y que encontremos los nuevos caminos que como Iglesia debemos recorrer en nuestro tiempo.