
Dentro de todo Beatriz ha tenido suerte. Una monja de la Casa Cuna de Tenerife donde la dejaron, Sor Pino, le tomó tanto cariño que animó a su hermano Antonio López y a su novia, Salvadora Pérez para que sacaran al bebé de paseo. Otro golpe de suerte fue cuando a la niña la trasladaron desde Tenerife a San Juan de Dios en Las Palmas G.G. con lo cual Bea ya estaba más cerca de mamá Salvadora, su salvadora, nunca mejor dicho.
Salvadora tenía solo 17 años cuando vio por primera vez a Bea y unas fuertes convicciones religiosas: «Sabía que habían tres familias que querían adoptarla pero la chiquilla solo quería venirse conmigo, así que cuando me casé y ya tenía nada menos que 5 hijos la adoptamos. Eso es todo». Beatriz ha tenido a su favor su enorme tenacidad.
En 1993 Bea inició su batalla por tener unos brazos e hizo un llamamiento a la sociedad canaria. Recaudó 19.000.000 de pesetas entre donaciones, rifas, actos de solidaridad y otras gestiones que le ayudaron a alcanzar esa cifra. El cirujano, Hani Mhaidli Jefe de la Unidad de Raquis del hospital Universitario de Gran Canaria Doctor Negrín desde que conoció el caso quiso acompañarla a los Estados Unidos y allí fue testigo de su lucha. En tierras americanas el doctor se convirtió en su protector, en la persona que la orientaba en lo médico y en lo personal. Regresaron y ambos perdieron el contacto porque la vida de Bea dio un giro y empezó a caminar de otra manera. Se hizo mayor, se enamoró y se casó.
David Amado Armas, su marido, un joven de 27 años se conocieron cuando ambos tenían menos de siete años y los dos estaban internos en la ciudad San Juan de Dios recibiendo sesiones de rehabilitación. Ambos lo recuerdan entre risas. Se entienden aunque Beatriz tiene un carácter decidido que Amado frena con mano izquierda. «Lo que pasó», cuenta el chico tomando las riendas del relato, «es que yo estuve en San Juan de Dios cuando era pequeño por un problema de columna. Allí vivía, igual que Beatriz, pero la verdad es que no me acordaba de ella porque yo tenía sólo cuatro años y ella siete».
Pero el destino les guardaba una sorpresa. Ocurre que Beatriz durante el proceso de adaptación a los brazos y sabedora de que su habilidad con la informática le abriría muchas puertas se matriculó en una academia para mejorar sus conocimientos. Fue allí donde vio «a un chico», David, «que manejaba todo muy bien. El resto ya lo imaginan: Acabaron en el altar. Ver a la pareja en su cómoda y adaptada casa de Firgas es bonito porque los dos se cuidan y se miman; nos muestran videos de su boda porque son apasionados de las fotos. «¡Mira, mira!…¡ahí, ahí estoy bailando con mi padre…!», grita Bea como una niña.
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