“Yo quería que cruzaras como todos los niños que han cruzado, que llegaras allá. Tú me decías: mamá, quiero ir a la escuela, y yo te decía que cuando llegaras a España irías a la escuela”, expresó la madre en una misiva que fue leída durante la misa funeral. En ella, Charlotte, de confesión católica, pidió perdón en numerosas ocasiones a su pequeño. “Perdóname hijo mío. Te amo mucho. Tú sabes que yo no deseaba tu muerte”, señaló su madre en la misiva, en la que lamentó que todo “el sufrimiento” que ambos habían pasado en Marruecos, desde su salida de Costa de Marfil, y a dónde se desplazaron para poder coger el cayuco rumbo a España no había servido para nada. “Este no es el resultado que yo quería. Tengo el corazón roto”, añadió
Charlotte lamentó ayer no haber podido acompañado a su hijo ni estar presente en su entierro. “Quería, quiero estar ahí. Verte una última vez pero no ha podido ser”, señaló la madre del pequeño, para a continuación asegurar que si pudiera volver atrás en el tiempo el pequeño nunca habría hecho ese viaje. “Pero no tengo ese poder. Perdóname hijo mío”, insistió.
Fuentes próximas aseguran que el pequeño Moisés Yván Mathis Brou, nacido el 12 de agosto de 2019, fue una de las víctimas del naufragio que se produjo a finales de junio del pasado año en aguas españolas y después de que España decidiera delegar el rescate a Marruecos, cuya patrullera intervino 17 horas después del primer aviso lanzado por los familiares de los migrantes. La embarcación salió con 61 inmigrantes de las costas de Marruecos y solo se rescató con vida a 24. 37 fallecieron, entre ellos un bebé y dos niños, uno de ellos Moisés.
Caminando Fronteras, que fue la ONG que dio la voz de alarma tras recibir la llamada de los familiares, denunció entonces que había habido omisión de auxilio por parte de España a la embarcación.
El cadáver del pequeño Moisés ha estado desde julio, cuando fue rescatado del agua tras el naufragio, y hasta ahora en el Instituto de Medicina Legal de Las Palmas. Ha sido el Ayuntamiento de Telde el que se ha encargado de su entierro a petición de su madre.
Mi querida Charlot, mis queridos hermanos
Por desgracia, el motivo que nos congrega esta mañana es de una profunda tristeza. Estamos aquí para dar el último adiós a Moisés, de cuatro años. La semana que viene cumpliría 5 años. Una de las muchas víctimas de este sinsentido que vive nuestras fronteras. Después de un año mi querida Charlot, podrás empezar a cerrar tu duelo. Sé que necesitamos vivir este momento en Paz, porque ésta se ha visto, a lo largo de este año, continuamente acosadas por fuerzas tan contrarias como la violencia, la intimidación, el miedo o la provocación. Pero, permíteme que use este lugar sagrado en nombre de tu hijo para no callar ante la barbarie inhumana que vivimos.
Sé que estamos convocados a la reconciliación, aunque nos digan que esa misión es un buenismo que da alas a la xenofobia. Y, aunque no son pocos los que piensan de este modo, la paz precisa ser completada y consolidada por la reconciliación, que es el alma de la paz. Y, es necesario recordar que una reconciliación que no reconozca, repare y ayude a las víctimas estará viciada de raíz. Eso es lo que quiero hacer constar y denunciar en este momento.
Esta reconciliación tiene sus fundamentos en la fidelidad plena al principio ético principal que es la persona humana por encima de cualquier otro principio y motivación. Ninguna ideología, ningún proyecto político, ninguna devoción a la patria, ninguna razón de Estado puede anteponerse a la vida, a la integridad física, a la conciencia, a la dignidad moral de la persona humana. Asesinar, truncar, martirizar, arrebatar, dañar, corromper a una persona no tiene justificación moral en ninguna circunstancia. Ninguna pretensión humana tiene poder sobre la vida y la muerte de sus semejantes. Atribuirse este poder es torcido, impío y obsceno. Para un creyente es suplantar a Dios, único Señor de la vida y de la muerte.
Por desgracia, en nuestra Frontera Sur, la dignidad humana se ve continuamente empañada. ¡Un año hemos tenido que esperar para dar sepultura a este niño! No me dirán que no es indigno y retorcido. Pero, no solo la dignidad humana se ha visto empañada, también “la verdad”. Esta es una de las muchas víctimas de esta confrontación violenta. En esta frontera, se practica la barbarie sin luz ni taquígrafos. Se desfigura la verdad con apologías absurdas y sectarias nacidas de ideologías inhumanas y detestables. El déficit de verdad ha consistido, a veces, en que ciertas injusticias no han existido porque no existen jurídicamente y no existen jurídicamente porque no se quiere que existan.
Para apostar por esta reconciliación es de obligado cumplimiento acabar con la situación de injusticia que experimentan nuestras fronteras y que tiene su origen en la injusticia estructural que viven los pueblos y los países del Sur, y que suele ir acompañada de violencia represiva, en todos sus ordenes. Esta injusticia estructural es la violencia originaria, y constituye la primera y fundamental forma de violencia, y es una de las raíces más importante de las demás formas de violencia que palpamos en la Frontera Sur.
Nunca perdamos de vista que la verdadera paz nunca está segregada de la justicia. Sin la actuación de la justicia no es posible la paz. Esta es la concepción profética que recorre toda la Biblia. La paz que anuncia y realiza Jesús no se queda en la mera tolerancia, en la simple bondad o en la calma chicha, sino que se traduce históricamente en la denuncia decidida de las causas de la división profunda entre los seres humanos y en contra de las estructuras opresoras.
Nuestras fronteras son violentas e injustas, provocadas por la vulneración constante y continua de los derechos inalienable de las personas y los pueblos, y por las múltiples discriminaciones de carácter racista, sexista y religioso, son aquellas fronteras geográficas y políticas, que señalan la diferencia entre la dignidad y la miseria, la garantía de los derechos fundamentales y su desprecio despótico, la esperanza y la frustración, la vida y la muerte. Cuando tantas personas, como nuestro Moisés pierden la vida cada año ahogadas en las rutas de la muerte, dejando atrás guerras y hambre no se necesitan grandes análisis para interpretar a qué nos convoca el Dios de las bienaventuranzas.
En el clima de tensión social reinante, nuestra respuesta como seguidores de Jesús, en esta Frontera Sur, es la paz de Dios como reconciliación universal a través de la cruz. Las oposiciones del viejo mundo (hombre/mujer, esclavo/libre, judío/gentil) no se concilian en la comunidad de fe manteniéndolas en su estado anterior o echando un tupido velo sobre ellas, sino eliminándolas de raíz a través de la creación del hombre y de la mujer nueva y de la sociedad nueva, donde no haya ya lugar para la discriminación sexista, religiosa, racial o social.
Aquí habría que recordar que no sólo ha sido la supuesta superioridad de un credo sobre otro la que ha desatado la violencia. También lo ha hecho la superioridad de una raza sobre otra, de un sistema económico sobre otro y de un sexo sobre otro, que ha sembrado desigualdades, esclavitudes, injusticias, y muertes…
Las personas unidas en pos de una causa justa son imparables. Dios no está dormido. Las escrituras nos dicen que Dios tiene preferencia por los débiles, los desposeídos, los niños, las viudas, los huérfanos, por el extranjero, por lo que son descartados por el sistema, por los inmigrantes y los refugiados, nuestro Dios es el que libera a los esclavos en el éxodo hacia la Tierra Prometida. Fue el profeta Amos quien dijo que debemos dejar a la justicia fluir como un río. La bondad prevalece al final. Moisés es tu nombre que significa salvado de las aguas. Tú no pudiste hacer honor a tu nombre, pero ojalá que tu muerte nos ayude a acabar con este despropósito de mundo que estamos construyendo y dejando en herencia a las generaciones venideras.