Pues claro. Eran habas contadas que la debilidad
del Gobierno, disfrazada de indiferencia, no provocaría solo el acoso
catalán. Estaba cantado que otras autonomías aprovecharían la situación
para mover el rabo y exigir ventajas adicionales.
El sinuoso Paulino Rivero ha dado el primer paso, asegurando que en los
canarios crece la animadversión contra el Estado y que las Islas se
sienten discriminadas. Aún más, el presidente autonómico ha amenazado
con convertir a Canarias en “un problema de Estado”.
La política del avestruz, la política de esconder la cabeza y no hacer
nada, es en ocasiones suicida. La falta de reacción efectiva del
Gobierno ante las tropelías de Oriol Junqueras y su marioneta Arturo Mas
ha animado a otras regiones a amenazar con un proceso soberanista para
obtener ventajas. Rajoy debió atajar de raíz las maniobras de Junqueras.
No lo ha hecho y la crecida del soberanismo catalán ya tiene
prolongación. Aparte el País Vasco, que permanece al acecho de lo que
ocurra en Cataluña, la Canarias de Paulino Rivero, con una situación
geográfica provocadora, ya está en el juego de las exigencias
soberanistas y en el do ut des.
Mariano Rajoy no puede permanecer indiferente. Debe ordenar a sus
equipos que atiendan a Paulino Rivero. Crear un clima de soberanismo en
las Islas Canarias es relativamente fácil y parece necesario cortar por
lo sano con una negociación responsable. La política seria consiste en
prevenir, no en curar.
Luis María ANSON, de la Real Academia Española