Tras el abrupto desastre de la cochinilla, la siguiente monoactividad económica para Canarias fue el plátano, cultivo no autóctono, muy ávido de agua, depredador del suelo, que fue introducido por empresas no canarias, para cubrir la demanda europea de vitaminas en invierno. Estas empresas aprovecharon que nuestro clima permitía esa producción, más cercana que los territorios africanos y americanos, con lo que la fruta podía llegar en condiciones aceptables y el coste del transporte no pesaba tanto sobre el precio final.
Esa producción platanera se ha presentado ante el mundo como la gran maravilla económica y social para Canarias, a quien rendía enormes riquezas.
La verdad es que quien se benefició del plátano fue, como es costumbre, únicamente la oligarquía terrateniente canaria, en tanto que la gente de abajo emigrábamos a Latinoamérica. Las familias ricas mandaban sus cachorros a Londres y Liverpool, a ver si entre los guanijai y los tenderetes galantes les quedaba tiempo para aprender algo de inglés. Las familias pobres, mandaban a sus hijos e hijas a Cuba o a Venezuela, a deslomarse y ver si prosperaban y podían mandar algo para acá. Cosa que hicieron, desde luego. Con lo que demostraron que el pueblo isleño, cuando no abusan de él, es capaz de crear riqueza también para sí mismo.
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