José Antonio Younis Fernández
Catedrático de Psicología Social
Al hilo de los sucesos ocurridos en el estadio de Gran Canaria, me gustaría proceder a realizar algunas reflexiones. Reflexiones que no todo el mundo va a compartir, lo sé. No es fácil, ya lo dijo Spinoza cuando dijo: No juzgar, no condenar sino comprender. Es lo que pretendo, no juzgar sino comprender.
Si la Unión Deportiva no hubiera perdido en el último minuto, ¿estaríamos hablando de sinvergüenzas, descerebrados, gamberros, etc.? No. ¿De qué estamos hablando después de la derrota? Hablamos de culpables, de gente que tiene grabado en su ADN la falta de respeto a los demás, y más a la autoridad, llámese maestro o gobernante; en pocas palabras, son de naturaleza desviada y lo mejor que se puede hacer en encerrarlos, no sea que se coman el huerto de Getsemaní donde Judas vendió a Jesucristo. Estos son los judas de su propio pueblo. Esta versión sería tragicómica si no fuera una historia que repite el tipo de explicaciones al que recurrimos los humanos cuando algo no sale como esperábamos y teníamos muchas ilusiones.
La psicología social ha engordado su historial a base de creativos experimentos sobre las explicaciones causales que damos culpando casi siempre a alguien, normalmente las personas o grupos más propicios para servir de chivos expiatorios, porque cumplen una serie de rasgos característicos que han sido previamente estigmatizados por la sociedad. Es más fácil que demos explicaciones de “fuera adentro” (los individuos son los culpables) y no de “dentro afuera” (la situación social influye poderosamente). Por otra parte, ciertas conductas, por infrecuentes, son también distintivas (un acto delictivo es distintivo porque es un comportamiento poco frecuente). Cuando un miembro de una minoría comete un delito resulta un acto doblemente distintivo. En este momento es cuando establecemos una correlación ilusoria: generalizamos un acto que ocurre con poca frecuencia estableciendo que, en general, los miembros de las minorías son delincuentes (los chicos que saltaron al campo). ¿Por qué es ilusoria la correlación? Porque obviamos todos los hechos delictivos cometidos por miembros de la mayoría (con mejor estatus social). ¿No son, acaso, más frecuentes? Si vemos que dos estímulos están próximos en el tiempo o en el espacio (invasión del campo y gol del Córdoba) hacemos correlaciones ilusorias cuando creemos que del primero se sigue el segundo.
La correlación ilusoria es un mecanismo psicológico muy simple pero con grandes repercusiones sociales. De hecho, nadie se ocupa seriamente de hablar de otras variables causales, menos visibles, que pueden haber intervenido, tales como el cansancio que llega al final de un partido y relaja la concentración, la angustia expectante que hace que los jugadores estén pendientes de que el árbitro señale el final de una vez, la firme creencia de ya nada malo nos puede pasar, etc. Nadie es pitoniso, tampoco yo lo soy, pero puedo asegurar que es más fácil encontrar un chivo expiatorio de nuestras desgracias en los más débiles y visibles que en los más poderosos y que influyen en el curso de nuestras vidas sin que apenas se noten las consecuencias de sus decisiones.
Si cambiáramos el panorama, – que ganamos al Córdoba -, nadie estaría hablando de molestos hijoputas que enloquecen a sus profesores y a sus compañeros de clase, que son los culpables de los malos resultados de los informes PISA; se drogan, buscan pelea, roban, acortan el tubo de escape de sus motos para dejarnos sordos; boicotean a los políticos durante los pregones o están descreídos del paraíso prometido por los políticos si se les vota, etc. Con el Linares, en el último o penúltimo ascenso de la Unión Deportiva, la gente saltó al terreno antes de finalizar el encuentro, pero como ganamos nadie se acuerda de tal conducta ¿inapropiada? Entonces se hizo virtud de un “defecto”. La lectura de lo de Linares fue que aquello era un normal desahogo de las emociones del aficionado de la base, del pueblo, de los canarios, etc. Sin embargo, hoy también se trata de desahogo de emociones, solo que nuestras propias frustraciones nos lo impiden ver.
El fútbol es un colector de sentimientos de grupo donde se reflejan las aspiraciones de cada sector de la sociedad, sobre todo las incumplidas. Cada sector de la sociedad proyecta, desde sus propios recursos, las posibles frustraciones a sus aspiraciones. El fútbol se convierte, así, en un mediador de sentimientos de los que no siempre somos conscientes. Las personas que saltaron al campo reaccionaron con sus propios recursos cognitivos y emocionales (gritando, gesticulando, rompiendo cosas, peleando…), el que les da la posición que ocupan en el orden social. Otros, seguramente gente de clase media o más como usted y como yo, somos más contenidos, nos ponemos más límites, nos expresamos de otra manera más normativa y “civilizada”.
El señor Ramírez saltó al terreno, también con sus emociones, suponemos que de cabreo, ¿pero es lo mismo el cabreo de personas que ocupan las posiciones más bajas de la sociedad que el cabreo de personas con estatus más alto y cuyas aspiraciones de movilidad social, éxito, etc., se han cumplido? Podemos leer, en estudios miles de psicología social, cómo las personas con identidad negativa y que tienen una baja autoestima colectiva como grupo, son las que tienen un sentimiento de fracaso y desdicha cotidiana. Los excluidos del ascenso social encuentran en el ascenso de categoría de su equipo de fútbol una renovada pertenencia positiva que les permite una forma de poder simbólico que no tienen en su vida real. No ascienden socialmente, pero adquieren poder simbólico para decir los míos han triunfado por mí, formo parte de ese poder. Los de estatus social más alto lo ven como un correlato de su propio prestigio, sin que les haga falta mediaciones futboleras sustitutivas; pues, en todo caso, el éxito futbolero se suma a sus otros éxitos, con lo que siempre tienen con qué compensar si una pata les falla. Digamos que unos viven fotogramas o instantáneas de poder y otros viven la película completa.
El problema es que la sociedad individualista siempre piensa que cada uno es responsable de su propio destino. Nos gusta pensar, por influencia de la ideología del mundo justo, que cada uno tiene lo que se merece y se merece lo que tiene. Por eso, desde sus propios recursos emocionales y cognitivos, oigo a muchas amigas y amigos profesores gritar desaforados, echando humo por los wasap, ¡ahora se dará cuenta la gente qué clase de alumnos tenemos¡ Desgraciadamente, una vez más, se consigue que los problemas de un sistema social insostenible se vean como un enfrentamiento entre grupos sociales. Mis pobres profesores, que todavía insisten en que el bueno es bueno desde el ADN, sin apenas hacer caso de la más que demostrada correlación entre clase social y éxito escolar.
Sí, así es, cada uno reacciona desde los propios recursos que su posición social le deja ver o hacer, y, sobre todo, sus emociones politizadas aunque solo quieran ver sentimientos auténticos que salen del alma. De ello no escapa el propio presidente del Cabildo, señor Bravo de Laguna, que no ha dejado pasar la ocasión para recordar, – lo dijo en las noticias de la Televisión Canaria – , que los mismos que saltaron al terreno de juego boicotearon al pobre ministro Soria cuando fue a leer su pregón en Telde.
Deporte y política han sido históricamente dos extremos que se tocan. Lo ocurrido en el Estadio de Gran Canaria demuestra la relación entre fútbol y política. Pues los políticos no tienen culpa de nada, nadie tiene culpa de nada, la culpa la tienen los que quisieron hacer lo que hicieron, los descerebrados de siempre, ya está, que hasta aparecen en los pregones de los prohombres de la sociedad canaria.
El fútbol ocupa el centro de gravedad de la cultura popular, así que no es extraño que se expresen muchas emociones latentes que tienen su origen en el modelo de orden social que nos hemos fabricado. A estas alturas, hay que decir que el deporte es mucho pero que mucho más, pues todo el mundo habla del fútbol, deporte rey que no abdica, gran altavoz emocional y el negocio más grande que existe, ¿después del turismo y el petróleo?. Todo es tan colosal que nadie puede imaginar que las relaciones de poder, la política y la economía lo inunden para dejar hueca la consabida frase “es solo un deporte”.
La historia del deporte, la del fútbol en particular, ha demostrado que cuanto más importante sea un espectáculo deportivo más carga política tendrá. El deporte no es neutral a nada, pues siendo institución social el cruce de intereses sociales en juego es enorme y, si no, veamos con qué tipo de mensajes estamos discutiendo sobre el fracaso de la Unión Deportiva. Lamento recordar que el deporte como institución emerge históricamente, como escribió el profesor Barbero, “dentro de un paquete de medidas evangelizadoras y policiales activadas en torno al miedo a la revolución que puede subvertir el orden establecido”.
Si estos desgraciados que tomaron el Gran Canaria no nos roban el dinero como los bancos, si no nos mandan a la calle sin casa, si no merman nuestras posibilidades de un trabajo digno, si no disminuyen nuestra salud privatizando la sanidad, ¿entonces qué hicieron? Lo que hicieron fue robarnos el oasis de ilusión que nos ayudaba a olvidar que estamos en la travesía del desierto, un desierto que los políticos, la economía y otros jinetes del apocalipsis pasaron por encima donde antes vivíamos felices y todo era verde. En la travesía del desierto donde estamos todos solo unos pocos pagan el pato.