Olga me enseñó con paciencia a manejar la nueva mesa de sonido y ordenadores de la emisora Tamaraceite Diocesana, me enseñó practicando y me dejaba avanzar y equivocarme. Despacio y animando.
Hace años me pidió que metiera en mi programa el problema de la vivienda del que ella misma era afectada “porque es el programa más reivindicativo”. (aquí) Me grabó quizá cientos de programas. Me decía libremente su opinión. No le gustaban los programas aburridos o beatos. Le gustaban temas fuertes. Le gustaban los cuentos e historias. No le gustaban los políticos que venían a vender la moto. Le gustaban los políticos y gente comprometidos. Le gustaba que vinieran niños a visitar la radio y que participaran o hicieran algún taller. (aquí)
Más de una vez soñamos en una iglesia de las periferias, una iglesia misionera. Una iglesia abierta y dinámica aunque sin necesidad de estridencias ni grandilocuentes soflamas.
Acompañaba con ternura la enfermedad de su esposo, hasta con humor. Hablábamos de nuestras diabetes y dolencias queriendo ser naturales. Le gustaba la lluvia más que el calor y ponía alto el aire acondicionado en venganza por los años del caluroso “control” de Tamaraceite. En Tafira cuidaba del jardín y habilitó un bebedero al que acudían los pájaros. Olga Viera vivió con pasión la radio como compasión