Manuel Mederos/C7
Los socialistas no aprenden. En un grupo político como el suyo, en el que el debate, la crítica y la conspiración forman parte de su ADN, -una forma de estar y vivir la política-, prohibir estas virtudes es, sencillamente, revitalizarlas, inyectar adrenalina en vena al debate en cuestión y disparar las pasiones. Sinceramente, ¿Pensaban en el Grupo Parlamentario Socialista y compañía, que ordenando no hablar de la Ley del Suelo iban a conseguir parar a quien ya tiene decidido que será la palanca para hacer política allí dónde se quiere imponer la uniformidad, la obediencia y el silencio? Error. Enorme error cuando antes no se intentó canalizar la inquietud, el enfado y las aspiraciones de algunos de los que hoy están dispuestos a hacer volar por los aires esa ley, llevarse por delante el pacto con Coalición y tomar el poder dentro del partido.
No es cuestión de meter el dedo en la herida, pero la Ley del Suelo es, para muchos socialistas, el símbolo de la humillación que están sufriendo a manos de los nacionalistas de CC, sobre todo en Tenerife, donde pueden, y no están dispuestos a que la legislatura sea un paseo triunfal de Fernando Clavijo. La Ley del Suelo se ha convertido en «la causa», el motivo con poder para pelear, para ser alguien ante los ciudadanos, sobre todo cuando saben que por la izquierda levantar la mano para votar esta ley no les va a salir gratis y que un frente muy similar al «antipetróleo» se organiza para reavivar el debate, saltar a la calle y crear la opinión de que se está cometiendo un grave atentado contra la naturaleza en Canarias.
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