Manuel Mederos
(...) Se tramó en el mauricismo, etapa de influencia del viejo comunismo en el pacto que sustenta el nacionalismo, con Román Rodríguez en el mismo. Aquel era el momento en el que a ningún promotor le dolían prendas pasar por distintas ventanillas creadas ex profeso para dejar allí abultadas prebendas con las que desbloquear sus asuntos. Había dinero para todos y todos se las prometían felices, por lo que regular e intervenir no suponía ningún problema no superable.
Se escondía un elemento ideológico, el intervencionismo clásico de la corriente comunista de CC, que impuso a su gente, sus métodos y sus leyes sobre un bien tan preciado, para crear una cultura política, social y funcionarial que terminó envolviendo al ala más liberal del partido, que vio en el intervencionismo un aliado que daba más cuotas de poder que el liberalismo que impregnaba sus conciencias. El lema no era otro que preservar el territorio del poder depredador de la construcción y el turismo, apoyados en argumentos del desarrollismo inicial y los valores paisajísticos de Canarias.
Era el legado del comunismo liderado por José Carlos Mauricio y los suyos, un patrimonio que ni los más liberales, entre ellos el propio Paulino Rivero, pudo deshacer, a pesar de que introdujo algunos elementos en su leyes que abrían un poco el control, pero sin repercusiones en lo esencial. No se toca más suelo, ni tan siquiera el urbanizable, más de 52 millones de metros cuadros en Canarias paralizados por la moratoria. La resistencia a deshacerse del poder está en la naturaleza misma de la condición de humanos, y controlando el suelo se podía llegar, desde la presidencia del gobierno, a todos los poderes fácticos de la región, a todos los grandes empresarios, mantener a raya a los alcaldes, incluidos los propios. Al hilo de esa “ideología” o “cultura ecologista”, asumida por todos, estaba muy bien defender el territorio del turismo mientras millones de metros de suelo rústico se llenaban de plástico sin que nadie levantara la voz, nació también la moratoria, un clavo que cerró definitivamente el círculo del control de la construcción y el turismo.
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