En la ciudad canadiense de Toronto hay colocada una valla publicitaria que funciona como una enorme pancarta. Situada cerca de un famoso hotel en una esquina con dos calles muy transitadas, la valla está financiada por una plataforma cívica de empresarios, intelectuales y trabajadores sin ideología política definida y que ejercen su libertad mediante mensajes cortos y claros dirigidos a la clase política dirigente canadiense. Desde hace años, esa pancarta se ha convertido en el mejor instrumento para proyectar la libertad de expresión y la responsabilidad civil, un aspecto sagrado no solo para los canadienses, sino recogido en la Constitución de todos los países democráticos. Gracias a la aportación económica voluntaria de ciudadanos (excepto políticos) de cualquier condición laboral, cultural, religiosa o económica, ejerce un enorme y directo poder de control de forma permanente sobre los políticos para que no se desvíen de sus promesas electorales ni de las necesidades y demandas de la ciudadanía.
Ahora, esa valla va a ser sustituida por otra construida con tecnología digital y conectada a Internet. De esta manera, ya no será solo una frase estática durante días, sino que ciudadanos y grupos de ciudadanos responsables pueden enviar mensajes desde cualquier dispositivo moderno (teléfono móvil, tableta electrónica, ordenador) desde la calle, su puesto de trabajo o desde su casa, sin miedo al control y a la censura, para no estar callado ante injusticias, mentiras, corruptelas y prebendas de quienes han sido elegidos para servir al bien común y se sirven del cargo político para el bien propio. Ejercer esa libertad de denuncia será cada vez más fácil y ejercer la política sin transparencia y sin control será cada vez más difícil. Muy pronto, esa enorme valla-pancarta recorrerá el mundo y llegará a instalarse en las esquinas de las calles de nuestras ciudades.
Pensábamos que éramos parte de los afortunados beneficiarios de una transformación social cuyos orígenes están en Francia, Gran Bretaña y EE UU, y cuya magnitud e impacto no tienen precedentes. ¡Qué ingenuos! Llevamos más de veinte años viviendo en una enorme mentira controlada por los partidos políticos como lo demuestra la horrenda reputación financiera y política de España a nivel internacional y el imparable e inaceptable número de millones de personas, jóvenes y mayores, que están desprotegidas y han sido excluidas de la economía. Si España no se ha hundido todavía es porque aún se sustenta en el buen hacer de muchas instituciones y organizaciones públicas y privadas que componen la sociedad civil. Somos un país crecientemente empobrecido donde hay mucho que reclamar, denunciar y defender. Sin embargo, permanecemos callados y sin hacer nada esperando a que nuestro destino mejore como en los cuentos de hadas y que alguien venido de no sé dónde cambie el rumbo de la tragedia en la que está sumida España desde hace más de un siglo. Para los historiadores españoles y extranjeros, España y sus regiones no han aprendido nada del siglo XX. El historiador Tony Judt nunca entendió por qué tantos políticos y regiones españolas se han pasado la mayor parte del siglo XX disgregando y desestabilizando metódicamente mientras una ciudadanía hipnotizada seguía votando a unos políticos lerdos y literalmente pegados a sus cargos vitalicios y cuya corrupción parece no tener fin, algo que debería indignarnos mucho más de lo que estamos.
Hemos traicionado a las generaciones venideras. Ni los partidos políticos actuales ni nosotros mismos como individuos educados en la sumisión y carentes de los valores por los que lucharon en la Revolución Francesa, en la Guerra Civil de los EE UU o en la Segunda Guerra Mundial representamos el futuro que deberíamos tener. Todos hemos sido incapaces de desarrollar una visión práctica que trascendiera al Estado nacional en un mundo cada vez más pequeño. Quienes dirigen esta democracia gastada han desarrollado una extraordinaria capacidad para abstraerse de lo que sienten quienes les hemos elegido. Somos un estado marginal en la economía internacional y lo mejor a que podemos aspirar es a corregir gradualmente unas circunstancias insatisfactorias e injustas. No podemos seguir votando a los mismos partidos de siempre, a los mismos políticos de siempre ni a los mismos discursos de siempre. Otros se encargarán en los años venideros de reconstruir de otra manera lo que entre todos hemos derribado. Solo podemos reconstruir sobre lo que tenemos. Debemos a nuestros hijos y nietos un mundo mejor que el que heredamos. ¿Qué tipo de sociedad queremos y qué clase de acuerdos entre partidos políticos estamos dispuestos a tolerar para instaurarla? Tenemos que entrenarnos y practicar el arte de no permanecer callados. Es la única vía para recuperar la democracia y el futuro porque hace tiempo que entre todos robamos el presente. Buen día y hasta luego.
Ahora, esa valla va a ser sustituida por otra construida con tecnología digital y conectada a Internet. De esta manera, ya no será solo una frase estática durante días, sino que ciudadanos y grupos de ciudadanos responsables pueden enviar mensajes desde cualquier dispositivo moderno (teléfono móvil, tableta electrónica, ordenador) desde la calle, su puesto de trabajo o desde su casa, sin miedo al control y a la censura, para no estar callado ante injusticias, mentiras, corruptelas y prebendas de quienes han sido elegidos para servir al bien común y se sirven del cargo político para el bien propio. Ejercer esa libertad de denuncia será cada vez más fácil y ejercer la política sin transparencia y sin control será cada vez más difícil. Muy pronto, esa enorme valla-pancarta recorrerá el mundo y llegará a instalarse en las esquinas de las calles de nuestras ciudades.
Pensábamos que éramos parte de los afortunados beneficiarios de una transformación social cuyos orígenes están en Francia, Gran Bretaña y EE UU, y cuya magnitud e impacto no tienen precedentes. ¡Qué ingenuos! Llevamos más de veinte años viviendo en una enorme mentira controlada por los partidos políticos como lo demuestra la horrenda reputación financiera y política de España a nivel internacional y el imparable e inaceptable número de millones de personas, jóvenes y mayores, que están desprotegidas y han sido excluidas de la economía. Si España no se ha hundido todavía es porque aún se sustenta en el buen hacer de muchas instituciones y organizaciones públicas y privadas que componen la sociedad civil. Somos un país crecientemente empobrecido donde hay mucho que reclamar, denunciar y defender. Sin embargo, permanecemos callados y sin hacer nada esperando a que nuestro destino mejore como en los cuentos de hadas y que alguien venido de no sé dónde cambie el rumbo de la tragedia en la que está sumida España desde hace más de un siglo. Para los historiadores españoles y extranjeros, España y sus regiones no han aprendido nada del siglo XX. El historiador Tony Judt nunca entendió por qué tantos políticos y regiones españolas se han pasado la mayor parte del siglo XX disgregando y desestabilizando metódicamente mientras una ciudadanía hipnotizada seguía votando a unos políticos lerdos y literalmente pegados a sus cargos vitalicios y cuya corrupción parece no tener fin, algo que debería indignarnos mucho más de lo que estamos.
Hemos traicionado a las generaciones venideras. Ni los partidos políticos actuales ni nosotros mismos como individuos educados en la sumisión y carentes de los valores por los que lucharon en la Revolución Francesa, en la Guerra Civil de los EE UU o en la Segunda Guerra Mundial representamos el futuro que deberíamos tener. Todos hemos sido incapaces de desarrollar una visión práctica que trascendiera al Estado nacional en un mundo cada vez más pequeño. Quienes dirigen esta democracia gastada han desarrollado una extraordinaria capacidad para abstraerse de lo que sienten quienes les hemos elegido. Somos un estado marginal en la economía internacional y lo mejor a que podemos aspirar es a corregir gradualmente unas circunstancias insatisfactorias e injustas. No podemos seguir votando a los mismos partidos de siempre, a los mismos políticos de siempre ni a los mismos discursos de siempre. Otros se encargarán en los años venideros de reconstruir de otra manera lo que entre todos hemos derribado. Solo podemos reconstruir sobre lo que tenemos. Debemos a nuestros hijos y nietos un mundo mejor que el que heredamos. ¿Qué tipo de sociedad queremos y qué clase de acuerdos entre partidos políticos estamos dispuestos a tolerar para instaurarla? Tenemos que entrenarnos y practicar el arte de no permanecer callados. Es la única vía para recuperar la democracia y el futuro porque hace tiempo que entre todos robamos el presente. Buen día y hasta luego.