Antonio Ruiz Pérez / Las Palmas de Gran Canaria
(...) Saro fue tan generosa en su dedicación militante, como firme en la
defensa de sus convicciones. No tomaba la salida fácil de rehuir el
debate, ni de dar el consentimiento gratuito. Por eso su opinión pesaba.
Fue defensora de su patria chica –Sardina del Sur-, de su pueblo
-Canarias- y, sobre todo defensora de los pueblos oprimidos del mundo.
Causa que materializó de modo especial en su militancia por el derecho a
tener derechos del pueblo saharaui. Ahí implicó, con el corazón en una
mano y el megáfono en la otra, a todo el que pudo alcanzar: gentes de la
calle, vecinos, compañeros de partido, representantes institucionales,
maestros, médicos, …
Fue docente; convencida de que el acto educador es potencialmente
transformador. No rehuyó el arte ni la historia, pero le interesó más el
futuro que el pasado. Por eso sus investigaciones se centraron en los
movimientos sociales, en las dinámicas participativas y en la mujer. No
le preocupó demasiado el rigor científico del investigador concienzudo
que busca desmenuzar la historia al detalle. Solo miraba atrás para
encontrar líneas históricas que nos ayudaran a avanzar y para tratar de
influir en ellas y modificarlas. Y ahí nacía su militancia: en el
convencimiento de que su acción, por limitada que fuese en el inmenso
plano de la historia, podía ser un paso más en ese camino difícil de la
justicia, la igualdad y la dignidad para todos los pueblos.
Tuvo claro desde hace años –mucho antes de que naciera el 15M- que son
los movimientos sociales de base los que han dado, y los que dan,
sentido y vida a la democracia. Y sin movimientos sociales vivos nuestra
democracia se puede convertir en un conjunto de formalidades muerto. (...)