Eugenio Rodríguez
Hace algo más de doce años que moría nuestro común amigo Camilo. Hablábamos con Carmelo y con Saro del cáncer como ese visitante inesperado que venía a molestarnos y que nos hacía combatir, dándonos también razones para luchar por un mundo fraterno.
Nuestro dolor de entonces fue iluminado por muchos gestos y palabras significativas. Una de ellas fue la que en la Eucaristía-funeral pronunció un ya octogenario Julián: "¡Camilo vive! ¡Papá vive!" nos decía... Poco después Carmelo desgranaba esas mismas palabras recordandonos que Camilo vive donde los niños juegan y estudian... en tantos lugares donde Camilo había sembrado solidaridad...
Hoy tenemos que recordar eso mismo: ¡Saro vive! ¡Mamá vive! Vive donde los niños juegan y estudian. Lo primero que Saro ha sido es madre cristiana. Le salía la maternidad por los poros. Madre, por supuesto, de los suyos, pero también de los vecinos y de los niños de tantos pueblos de la tierra.
Por esa maternidad sabía bien Saro entenderse con aquellas mujeres que se habían desgastado trabajando y de las que escribió un buen libro sobre las mujeres trabajadoras en "el tomate". Saro vive y nos pide una sensibilidad ante el sufrimiento en que ella fue madre y maestra.