Vicente Llorca / Las Palmas de Gran Canaria
El principal y más ambicioso reto que se impuso el primer Gobierno autónomo de Canarias, allá por 1982, que estuvo presidido por Jerónimo Saavedra, fue el de apostar por la educación, sabedor de que no hay progreso posible y que valga sin conocimiento. La tarea era ímproba, había que aliviar unas tasas de analfabetismo sonrojantes y subsanar las escandalosas carencias de infraestructuras educativas que soportaban las Islas. Las mejoras, de entonces a hoy, han sido más que sustanciosas pero no suficientes. Los datos dados a conocer esta misma semana por el Consejo Escolar de Canarias (CEC) dan cuenta de que seguimos tonteando con el subdesarrollo cultural.
Treinta de cada cien canarios abandona la escuela antes de concluir la enseñanza obligatoria. Más del 90% de las 250.000 personas desempleadas registradas en el año 2010 apenas tenía formación obligatoria o inferior y el 50% ni siquiera ha completado la enseñanza primaria. Demoledores números.
De poco servirá, pues, que nos jactemos de los registros millonarios que presenta el sector turístico si no se corrige la situación descrita, porque en ese caso nuestro índice de desarrollo humano continuará siendo más que deficiente.
Toca corregir y aprender, porque precisamente, según se hace constar en el informe del CEC, como quiera que la cultura reinante ha sido la del culto a la riqueza por la vía rápida, entre 2004 y 2005 la escolarización bajó de manera preocupante al decidir miles de jóvenes ponerse a trabajar en la construcción y el turismo, sin que nadie hiciese nada por corregir ese éxodo. ¡Tanto que presumimos de unas tasas de crecimiento sin parangón! ¡Tanto que alardeamos de lograr, a velocidad inusitada, como nunca antes había sucedido en la economía mundial, la amortización de las inversiones realizadas! ¡Tanto que nos vanagloriamos de pasar de las alpargatas al cuatro por cuatro en un santiamén, sin que nadie observase cuán insostenible era esa manera de hacer las cosas!
Y ahora nos encontramos con que uno de los principales debes que arrastramos para hacer frente a la lacerante crisis económica que nos ahoga es la falta de cualificación, de formación, de la mayoría de nuestra gente.
Ocurre, sin embargo, que la crisis ha hecho que muchos de los que abandonaron las aulas para ir a trabajar estén volviendo a ellas, algo que, sin duda, es un dato positivo; pero, paradójicamente, en esta tierra de permanentes contradicciones, tal aumento de la tasa de escolarización no ha venido acompañada de un incremento del número de profesores, con lo que la ratio de alumnos por docente ha subido y en muchos casos se registra saturación, lo que mengua, objetivamente, la calidad de la educación. Y no sólo eso sino que, a cuenta de lo mal que andan las arcas públicas, el número de docentes puede menguar aún más, lo que contradice los discursos oficiales de que la prioridad es garantizar los servicios básicos, que no son otros que la educación y la sanidad. ¡Ahí están los hechos! Y como quiera que a menor cualificación menos capacidad de competir, ¿nos toca conformarnos con seguir en el vagón de cola?
Así entiendo, permítanme un semanal guiño al humor ante tanta negrura, a aquel que al descolgar el teléfono y oyó que le decían: «hola, le llamó del 1004», contestó: «hola, le respondo del 2012, no vengan por aquí, la cosa está muy mal».
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