CRISTÓBAL RODRÍGUEZ
El viernes cerramos la semana con las frías y escalofriantes estadísticas del paro en Canarias, que sigue liderando las regiones españolas con más desempleados y subiendo, lo cual quiere decir que estamos cada vez más cerca de la fatídica cifra de las trescientas mil personas sin un puesto de trabajo en las Islas.
Y arrancamos la semana con una no menos dramática situación, cuando te echas a la cara este titular de la portada de nuestro periódico: "Mi hijo come caliente gracias al colegio de San Juan.
Algo te revuelve las entrañas cuando lees o escuchas a esos padres y madres confesar su situación de parados, o de trabajadores en precario, que viven gracias a subsidios oficiales o merced a la generosidad de familiares y/o allegados; que uno no se explica cómo estas familias, con dos o más hijos, pueden llegar no ya a fin de mes, sino a quince días. Y en ese reportaje están algunas de las claves para explicarlo, cómo esa frase que da pie al título, en boca de María, una madre de 45 años: "Mi marido hace mucho que está en paro, es obrero de la construcción y no hay forma de que consiga algo. Gracias a este colegio, mi hijo puede comer algo caliente". Son treinta y una palabras capaces de romper los esquemas a cualquiera que no atraviese o sufra una situación similar, y que tenga un mínimo de sensibilidad, un fisquito de humanidad y un cachito de corazón. Tiene que ser terrible confesar públicamente que tus hijos se echan algo caliente al estómago gracias al comedor del colegio, como desayuno o almuerzo, porque en la cena ya veremos lo que cae para engañar a la barriguita antes de ir a la cama.
Desconozco si estas tragedias humanas son lo suficientemente importantes como para herir las sensibilidades de la clase política, tan enfrascada ella en sus combates dialécticos, tan preocupada de sus interioridades partidarias, tan obsesionados por descubrir el sexo de los ángeles.
Desconozco si los políticos, cuando hablan de la indemnización supermillonaria de Tebeto, o la previsible de las torres del Canódromo, piensan en el drama de las familias que luchan por un trabajo digno, que viven de una ayuda oficial, de un subsidio social o de una mínima pensión; de esas familias que comen caliente gracias a los comedores escolares, a Cáritas u otras organizaciones no gubernamentales. Y que se muestran agradecidas por el sustento diario. Lo de los estómagos agradecidos es otro cantar.