MARISOL AYALA Samuel. Así se llama un joven de 25 años, camillero de ambulancia, a quien la empresa Aeromédica Canaria ha puesto de patitas en la calle por dos razones: una, por sufrir un cáncer (linfoma de Hodgkin); y, dos, por ser hijo de un destacado y revoltoso sindicalista. Entre quimio y quimio Samuel recibió la carta de despido. Así se las gastan estos empresarios que, por cierto, viven gracias a generosos contratos con la Consejería de Sanidad del Gobierno de Canarias, que ni siquiera ha censurado el detestable comportamiento. A los jefes de Samuel no les tembló el pulso cuando pensaron que una buena maniobra para hacerle el mayor daño posible al papá sindicalista era despedir al hijo enfermo. "No es usted rentable", le dijeron. Los tribunales tendrán la última palabra. Hablo hoy de este caso porque, desde que lo conocí, aguardé con la seguridad de que los medios de comunicación se harían eco de un atropello laboral sin precedentes. Mi gozo en un pozo. Pocas líneas, poco espacio y apenas mención. Sé que el muchacho le hace frente a su enfermedad con entereza y que tiene el apoyo de amigos, compañeros y, sobre todo, familia. Escuché hace poco al padre haciéndose el valiente, pero con voz entrecortada, relatando los hechos en una emisora nacional. No he escuchado, en cambio, a quienes han sido cómplices políticos de esos empresarios cuya actitud sonroja. Esos gestos inhumanos y crueles que se ensañan con la vida y la moral de un joven en momentos críticos debieran sublevarnos a todos; pero, como ven, a unos nos preocupa más que a otros... Los cómplices, esos que han aplaudido el "escarmiento sindicalista", están felices con la proeza; no saben estos desalmados que la vida da mil vueltas y que cuando menos lo esperas, los mismos gerentes que hoy ame- nazan y asustan también irán a la calle. Al tiempo. Pasa que el poder siempre tiene un fin, y quienes se convierten en brazo ejecutor de jefes sin escrúpulos lo acaban pagando caro. Conozco algunos casos.
sábado, 18 de abril de 2009
CRUEL DESPIDO
MARISOL AYALA Samuel. Así se llama un joven de 25 años, camillero de ambulancia, a quien la empresa Aeromédica Canaria ha puesto de patitas en la calle por dos razones: una, por sufrir un cáncer (linfoma de Hodgkin); y, dos, por ser hijo de un destacado y revoltoso sindicalista. Entre quimio y quimio Samuel recibió la carta de despido. Así se las gastan estos empresarios que, por cierto, viven gracias a generosos contratos con la Consejería de Sanidad del Gobierno de Canarias, que ni siquiera ha censurado el detestable comportamiento. A los jefes de Samuel no les tembló el pulso cuando pensaron que una buena maniobra para hacerle el mayor daño posible al papá sindicalista era despedir al hijo enfermo. "No es usted rentable", le dijeron. Los tribunales tendrán la última palabra. Hablo hoy de este caso porque, desde que lo conocí, aguardé con la seguridad de que los medios de comunicación se harían eco de un atropello laboral sin precedentes. Mi gozo en un pozo. Pocas líneas, poco espacio y apenas mención. Sé que el muchacho le hace frente a su enfermedad con entereza y que tiene el apoyo de amigos, compañeros y, sobre todo, familia. Escuché hace poco al padre haciéndose el valiente, pero con voz entrecortada, relatando los hechos en una emisora nacional. No he escuchado, en cambio, a quienes han sido cómplices políticos de esos empresarios cuya actitud sonroja. Esos gestos inhumanos y crueles que se ensañan con la vida y la moral de un joven en momentos críticos debieran sublevarnos a todos; pero, como ven, a unos nos preocupa más que a otros... Los cómplices, esos que han aplaudido el "escarmiento sindicalista", están felices con la proeza; no saben estos desalmados que la vida da mil vueltas y que cuando menos lo esperas, los mismos gerentes que hoy ame- nazan y asustan también irán a la calle. Al tiempo. Pasa que el poder siempre tiene un fin, y quienes se convierten en brazo ejecutor de jefes sin escrúpulos lo acaban pagando caro. Conozco algunos casos.