MARISOL AYALA
La histórica Casa del Niño lleva 17 años cerrada a cal y canto, es decir, sin utilidad alguna, salvo el depósito de materiales. Situada en Martín Freire, esa casa jugó un papel importantísimo en la atención de la infancia más desprotegida de una España franquista en la que comer pan y mantequilla era privilegio de muy pocos. Las paredes de ese edificio espléndido encierran historias de precariedad, pobreza y mendicidad infantil que mejor no recordar.
La Casa del Niño cumplió en los años 60/70 una labor de quita hambre admirable y en él un grupo de maestros con mucha voluntad y poco sueldo enseñaban las cuatro reglas y preparaban comida de cuchara. Héroes del pupitre. Ese edificio representa un pasado mendicante que mejor dejar atrás. Sin embargo, cuando hace unos días se hizo público el abandono en el que se encuentra el edificio, salieron voces que opinan con mucha razón por qué el Gobierno canario no recupera su espacio para poder cubrir clamorosas necesidades de índole social, léase programas de salud mental, políticas de menores o, simplemente, para utilizarlo como espacio cultural. Todo menos que la Casa del Niño se acabe cayendo a cachos, algo para lo que le falta poquito.