MARISOL AYALA
Ya. Ya sé que no por contar las cosas, éstas no existen. Lo sé bien. Sé que hay que informar y hablar de todo y de la crisis, al detalle, bueno fuera. Pero estarán conmigo en que vivir con el nudo en la garganta, despertar cada mañana y comprobar que a peor la mejoría está creando una corriente de pánico que, incluso a los que tienen su vida presente y futura resuelta, les tiemblan las piernas. Eso de abrir los ojos y escuchar que el euribor sube, que el paro sube, que la miseria sube, que en Cáritas cada vez son más los que acuden a pedir comida, que las empresas cierran, que hay grandes colas para acceder a ofertas de fruta y verdura, que en barrios periféricos se están agrupando asociaciones para cubrir a los vecinos más desprotegidos de las necesidades básicas, noquea y asusta. Siendo todo esto verdad y siendo consciente de que lo peor está por venir, no sabemos cómo escapar de una realidad endemoniada y palpable y poner algo de distancia a tanta catástrofe. Hay crisis, la cosa está chunga, el miedo recorre las despensas, no hay duda de que el futuro será duro y habrá que armarse, pero, ¿qué hacemos?, ¿morimos la víspera o hacemos algo por sacar la cabeza, tomar aire y seguir viviendo? Eso sería lo saludable si no queremos que se agoten los ansiolíticos.
Así que frente a la crisis y al desconcierto ciudadano tenemos a los salvadores de aquí y de allá que en la bonanza funcionan a medio gas y en la adversidad, no dan la talla. Están más perdidos que un pulpo en un garaje; transmiten inseguridad y "tú madre, más". Como verán, con esos mimbres el cesto aguanta de manera que, o rezamos o nos tapamos los oídos. A elegir.