"Caminan a ciegas entre los riscos. La luna llena da forma a sus figuras. No llevan faroles. Los guardias civiles están al acecho. van en pequeños grupos, algunos tirando de un burro con los serones llenos de pequeños sacos. Todos en silencio. Todos preocupados. Todos tristes. Algunos llevan de la mano a sus hijos. Las mujeres que les acompañan lloran en silencio. En su fuero interno desean que ese barco no aparezca, que la despedida no se consume, que mañana llueva y empape los eriales y que las semillas germinen, y que los animales resuciten, y que todos se queden juntos para siempre... Al llegar a una hondonada el que va en cabeza tira una piedra al fondo de una cueva. Esperan la respuesta. Un silbido es la contraseña. Pueden bajar. En la playa negra donde brillan las piedras esperan los organizadores del viaje. Uno de ellos, con una pistola al cinto, pasa lista. Otro va guardando el dinero en una vieja zamarra contando los billetes de memoria. 4.000 pesetas del ala por pasaje. No hay tiempo para negociar. Un hombre saca de su zurrón unos lomos de cerdo y los ofrece a cambio de la diferencia. El del dinero los huele y calcula su peso a ojo. Accede a descontarle una parte. El grupo se sienta mirando al mar. Los niños se abrazan con más fuerza a sus padres. De repente, a lo lejos, aparece el velero. No lleva luces y es más pequeño de lo que creían. "¿Ahí nos vamos a meter?", gime uno de los jóvenes. El organizador acalla los murmullos de protesta. "O eso o nada. Todavía estáis a tiempo de quedaros". El silencio vuelve a imperar. Del barco botan una chalupa. Dos remeros la conducen hasta la playa. El hombre de la pistola va nombrando a los pasajeros por orden de lista. Cuatro viajes son suficientes para subir a bordo al medio centenar de emigrantes. Algunos se sorprenden al ver más viajeros en el velero. Han sido recogidos horas antes en otras playas, en otras islas, pero con el mismo sueño de prosperidad. Las despedidas se intensifican. Las mujeres ya no lloran en silencio. Los críos se agarran desesperados a las chaquetas de sus padres. El último adiós se ve empañado por las lágrimas. Ya no hay nada que hacer. "¡Vamos, rápido, antes de que aparezca la Guardia Civil!", arrea el organizador. Poco después el Saturnino se aleja en la oscuridad, silencioso, más allá de la última tierra conocida. Rumbo a África, rumbo a América, rumbo a lo desconocido..."
¿Les suena esta escena? No se produjo en una playa africana. Ni sus protagonistas son subsaharianos, marroquíes o pakistaníes. Ocurrió hace casi 57 años -el 12 de octubre de 1949- en la playa de la Bonanza, en la isla canaria de El Hierro.
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