En la crisis de los noventa el entonces obispo de la Diócesis de Canarias, Ramón Echarren, provocó un fugaz escándalo cuando exculpó de todo pecado a aquel que por necesidad robase en un supermercado para saciar su hambre.

Ni una ni otra cosa ocurrieron en Canarias. Pero tanto uno como otro, el obispo y el delegado del Gobierno de aquellos años, avisaron de unos desequilibrios sangrantes que de no corregirse ponían en peligro la paz social.
Luego llegaron años de bonanza y todos pensaron que Canarias era tierra de promisión, olvidando que también Venezuela lo había sido. Y aquí, como en la república hermana, tampoco se aprovecharon los buenos tiempos para que la pasajera riqueza se tornase pronto, como ha sucedido muchas veces a lo largo de la historia insular, en profunda crisis.
E
l ahora obispo de la Diócesis de Canarias, Francisco Cases, advirtió de que corremos un serio peligro de estallido social porque los desequilibrios, falsamente disimulados durante los años alegres, se han acentuado, las desigualdades son cada día mayores y la pobreza galopa desbocada. (...)
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