ÁNGELES RIOBO | Santa Cruz de Tenerife (Diario de Avisos)
Son las 21.30 horas. Un reconocido centro comercial cierra sus puertas. Las luces de los escaparates, donde exhiben todo tipo de artículos y demás enseres con los que, suponen, cualquier ciudadano que se precie necesita para vivir, se apagan hasta el día siguiente. Solo 15 minutos después, comienzan a llegar, a cuentagotas, hasta cuatro nuevos usuarios, con un nuevo perfil.
Se aproximan despacio hacia la entrada principal, convertida ahora en un muro negro y una pequeña explanada resguardada, oscura e intransitada, y portan cartones para aislarse del frío y bolsas de plástico en su mayoría con breaks de vino y cervezas de lata en su interior. Cada uno comienza a colocar los cartones en su sitio de manera organizada. Dormirán al raso, abrigados por la oscuridad y el anonimato de la noche.
Francisco de León es uno de los cuatro bultos que yacen en la entrada del negocio, que no tiene reparos en hablar y compartir sus cervezas y su historia, “porque no tiene nada que esconder”.
Un año aquí
Así, tras la tarjeta de presentación, cuenta con naturalidad que escogía ese lugar para dormir, hace menos de un año, pero ha frecuentado otras zonas de la capital santacrucera como la avenida de Anaga, la plaza de España, o a iglesia de Santo Domingo de Guzmán, en la avenida 3 de Mayo. Y es que tiempo ha tenido, pues dice que lleva 30 años en la calle, justo el periodo que ha estado sin trabajar desde que una máquina le dañara su mano izquierda, (y posiblemente también le dañara una buena parte de su autoestima), cuando estaba de marinero en un buque, el Gabir. “Tenía unos 30 años. La máquina me cogió la mano y me fui a la Casa del Mar. Me curaron pero no estaba asegurado, con lo cual ni tuve pensión ni pude volver a trabajar”, cuenta.